Crisálida (Carlos Giménez)

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Si tuviera que hacer aquí un repaso de la obra y trayectoria de Carlos Giménez probablemente acabaría con muñones en los dedos. Por ello, doy por hecho que el lector frecuente de cómics que aterrice en esta reseña conoce a este autor y su relevancia. Para el lector casual que no haya entrado en su obra, valga anotarle que es uno de los autores imprescindibles en la historia del cómic español. Giménez tiene una extensa producción en géneros clásicos -aventuras y ciencia-ficción- pero también se le considera un pionero en el campo de la biografía o el retrato costumbrista de su generación en cómic, dejando algunas obras realmente memorables. Por ejemplo, en la revista Jot Down elegimos Los profesionales como una de las cien obras imprescindibles del cómic de todos los tiempos, pero seguramente Paracuellos o Barrio podrían haberse incluido con igual reconocimiento en esa o en cualquier lista similar. Lo que sí que no puedo evitar plasmar en esta introducción es la rara sensación que experimento al ser esta la primera vez que escribo sobre una obra de Carlos Giménez y que al mismo tiempo esa obra, tras leerla, dé la impresión de que pueda ser la última. Espero, evidentemente, que no sea así.

 

Crisálida, el último trabajo de Giménez, es en varios aspectos tan típica de su autor como una cierta vuelta de tuerca -sería más correcto decir una mutación, quizás- de lo que ha venido haciendo desde siempre. En una sinopsis breve, el tebeo cuenta la etapa de la vida de un dibujante de cómics, Raúl -un alter ego del propio Giménez-, en la que experimenta una desilusión creciente que le lleva a un cierto aislamiento; Raúl va agarrándose a su profesión casi como el último remanente de plenitud y felicidad que le queda. Este estado anímico, esta «crisálida» como el propio personaje bautiza en las primeras páginas del cómic empieza en el momento en que el individuo toma consciencia de su propia mortalidad y terminaría, inevitablemente al suceder ese evento. Raúl comparte protagonismo en este tebeo con el Tío Pablo, otro personaje ya usado con anterioridad por Giménez -también un alter ego de sí mismo, atentos a la carambola-, que presenta aquí como amigo de Raúl y que ejerce el rol de narrador del crepúsculo de éste de cara al lector.

 

Una de las características notables de este trabajo reside en que, así como una parte de la obra de Carlos Giménez abunda en la biografía de una generación con un coro amplio de personajes -en los que se puede incluir él mismo- y un trasfondo histórico notable, esta vez el colectivo humano y el contexto temporal se difuminan. Hay elementos biográficos, sí. Pero si Giménez con anterioridad ha contado la biografía de un colectivo o la de algún compañero en particular -véase su reciente Pepe, que narra la vida del dibujante Pepe González- esta vez trata la suya propia exclusivamente, con un foco potentísimo. Nada más importa que contar lo que a él le pasa o le está pasando. Carlos Giménez aclara en el prólogo de la obra la razón de las semejanzas entre los dos personajes protagonistas de la obra y comenta el rizo del rizo elaborado con esos dos personajes que son, en el fondo, avatares de sí mismo. Sin embargo, a mí personalmente el motivo no me acaba de quedar claro ¿Distanciar personaje y autor para poder observarlo y representarlo con mayor honestidad? ¿Por costumbre del propio autor? ¿Son el Tío Pablo y Raúl dos aspectos diferentes de Carlos Giménez? ¿O son imaginarios del propio autor de si mismo en épocas distintas encontrados aquí? Quién sabe. En cualquier caso el resultado es interesante dado que permite narrar desde múltiples puntos de vista: la historia que cuenta el propio Raúl en primera persona -el relato directo-, la que cuenta el Tío Pablo sobre Raúl -la reflexión vista desde fuera- y la que el propio Raúl deja escrita en sus diarios -la crónica de la vivencia intimista y aislada-. Por una parte, a Giménez le sirve para paliar la monotonía que podría provocar la encadenación de escenas de tono similar -monólogos,  conversaciones y anécdotas narradas con un mismo tema de fondo-. Pero además le permite jugar a aumentar la tensión y la intriga con el lector, aislando y conectando al protagonista con los lectores según le conviene. No es lo mismo que el personaje nos cuente algo, copazo en mano y rodeado de amigos, que leer una nota que ha dejado escrita en manos de otros.

 

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En la parte negativa… bueno, debo confesar que he escuchado -ojo, que no leído- más opiniones negativas de Crisálida de las que yo compartiría. Una crítica habitual que me he encontrado es la del abuso de recursos gráficos «fáciles» como la ausencia de fondos  -o que estos queden difuminados-, la repetición de los mismos planos cambiando pequeños detalles o el uso del zoom. Si bien es cierto que la factura final del tebeo no es de las mejores en la carrera de Giménez, me parece que muchos de esos recursos son más que apropiados para lo que quiere expresar el autor y de ahí su pertinencia. Seguramente a esta defensa que esgrimo saldría rápidamente el contraargumento de que esos recursos no los inventa Giménez y que están algo más que manidos. Sinceramente, no me parece que Crisálida, teniendo el objetivo de ser un manifiesto emocional del autor, tenga que ser una obra en la que revolucionar desde el ingenio gráfico. Y en esas… ¿nos resultaría honesta una obra en la que un autor nos cuenta sus horas más bajas siendo esta misma obra un dechado de creatividad?

 

En mi opinión, la relevancia y la potencia de Crisálida reside en su discurso. Creo que hay pasajes de Giménez que pondrán la piel de gallina a cualquiera que haya pasado por algo similar o que conozca a alguien que lo haya vivido. «Ya no quieres verte con según qué personas, no quieres acudir a según qué actos, no quieres figurar en según qué listas ni salir en según qué fotos. Solo quieres que te dejen en paz. Y así es como te vas encerrando en tu crisálida». Leer estas líneas, a mí personalmente, me sobrecogió.

 

Con todo y con eso, me parece que Crisálida no funciona como una historia que cuente como se vive una depresión o un estado de aislamiento de forma universal. A pesar de los seudónimos -que en el fondo creo que es simplemente un recurso que Giménez usa por costumbre- la obra cuenta muy particularmente las vicisitudes de su protagonista. Así, si bien eso convierte al tebeo en un ítem importante en la bibliografía del autor -y por lo tanto de interés natural para sus seguidores habituales- eso la aleja del interés de un público mayor que no lo conoce o lo conoce poco. Por decirlo de otra forma, Carlos Giménez está en Crisálida más cerca de autores como Joe Matt o Chester Brown cuando narran sus vivencias o cuando manifiestan sus estados de ánimo que, por ejemplo, de Paco Roca cuando coge un vivencia emocional particular con fondo biográfico y le da el traslado a una sensibilidad más amplia y compartida. Comento esto no porque un tipo de historia o de voz sea mejor que la otra, por supuesto. Lo hago porque creo que ha habido un cambio de tono respecto de las anteriores historias de Giménez en las que sí que conseguía llegar mejor a una cierta universalidad. Aquí se ha dado un giro. Crisálida es un relato muy personal, muy desde el «yo» que el lector podrá captar fácilmente, y que atraviesa cualquier juego de seudónimos que nos haga su autor.

 

Para terminar, me queda expresar una duda. Es extraño que para lo que le sucede a Raúl en el tebeo el personaje -también su autor, claro- decida denominarlo «crisálida». Siendo, según la definición expresada en el tebeo un estado anímico que empieza con la conciencia de la muerte y termina con la llegada de la misma me parece extraño que la figura que se use como símil sea una crisálida y no por ejemplo una mortaja o un sudario, que hace más referencia a la mortalidad. La figura de la crisálida lleva implícita un proceso de transformación, de cambio. Me hace pensar también en algo que dice Giménez en el prólogo y que el crítico Gerardo Vilches destaca en su reseña en Entrecomics. Giménez niega la existencia de experimentación en el mundo del cómic actual en un momento en que precisamente rebosa la experimentación, especialmente en artistas independientes y editoriales pequeñas. Y precisamente al final del tebeo -atención al breve spoiler- lo que «sale de la crisálida» yo al menos lo asocio con esos estilos independientes, experimentales, que expresan rarezas y misterios con unos pocos trazos garabateados, dejando al lector reflexionando, pensando sobre qué es lo que ha visto exactamente. Eso pasa, de alguna forma, al final de Crisálida. Y quizás eso pueda ser un cambio, algo nuevo, para el propio Giménez.