Empowered (de Adam Warren)

EMPOWRED

 

 

 

#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

 

Reseñoviembre – Día 27 – Palabra: BRUJA

 

 

Obra: Empowered

Autor: Adam Warren

Editorial: Dark Horse

 

A pesar de la gran cantidad de autores y autoras que se han estado publicando en los últimos años en España (casi se han cuadruplicado las novedades anuales en quince años) nos siguen quedando obras que pese al éxito en su país de origen, no nos llegan. En algunos casos, no estamos hablando de autores vanguardistas u obras de culto en el extranjero de las que hay duda de si funcionarían aquí, sino de autores bastante cercanos al mainstream, con propuestas interesantes. Uno de ellos es Adam Warren, autor americano que destacó en los noventa dentro del «manga americano». Sus primeros trabajos fueron en Studio Proteus, junto a Toren Smith. Dirty Pair usaba a los personajes del anime de Haruka Takachiho -dos agentes secretas espaciales en bikini que causaban caos y destrucción allá por donde pasaban- después de que Warren y Smith le convencieran con ideas y diseños propios. Dirty Pair terminó siendo una entretenidísima serie de miniseries de ciencia-ficción con muchísimo acción y humor, que además son un retrato de la evolución del dibujo de Warren, dibujante extremadamente perfeccionista y detallista con aspectos como las anatomías, los diseños y las expresiones de los personajes. En España, de Dirty Pair apenas vimos una miniserie publicada en Norma, «Situación crítica». Quizás no tenía mucho sentido publicarla sin haber hecho lo propio con las precedentes.

 

Tras varios trabajos en Image, Warren inició una serie propia, Empowered. Al parecer la obra partió de un encargo un poco… especial. En 2004 a Warren se le pidió toda una serie de trabajos de ilustración de una superheroina que se veía con frecuencia en situaciones de verse atada, amordazada y similares. Un fetichismo del bondage, vaya. Sin embargo, a partir de ese encargo, el autor se inspiró para crear un personaje con un fondo propio y un entorno de amistades y enemigos que fue convirtiendose en un pequeño universo de superheroes de autoría independiente tan interesante o más que otras de las grandes franquicias, en mi opinión. La protagonista del cómic era Melissa Powers, nombre código Emp. Melissa encontró un traje que le otorgaba superpoderes varios, un traje misterioso, muy ceñido a la piel que, sin embargo, tenía la vulnerabilidad de que se desgarraba con facilidad y al hacerlo el traje iba perdiendo poder, dejando a la heroina vulnerable para ser capturada por sus rivales.

 

La serie se inició como una serie de historias cortas, pero pronto evolucionó a serie de tomos, cada una con arcos definidos y un par de metatramas de fondo que nos tenían a los lectores muy en vilo con la continuidad de las historias. Las primeras historias de Emp colocaba a la heroina en sus primeras andanzas, casi siempre desafortunadas con villanos de poca monta. Sin embargo, las historias se solian saldar con bastante humor pese a la tragedia. Aunque saliera perdiendo, la heroina era más que digna, cuando no lo eran ni villanos ni sus colegas superheroes más célebres. En estos inicios la serie parecía dirigirse hacia una especie de «Ally McBeal con superpoderes» (esto es un piropo, ojo) pero la llegada rápida de varios secundarios empezó a dinamizar y complejizar la cabecera. Thugboy era un matoncillo japonés, que se metía en embolados varios hasta que se enrolló con Emp en un noviazgo muy intenso y sexual, dando a la serie puntos de romantic comedy con constantes escenas de sexo, que resultaban divertidas, sexys a la vez que equilibradas en la sexualización tanto de ella como de él. También apareció Ninjette, a priori villana, pero luego gran amiga de Emp, con la que se empezó a tontear con un cierto triángulo romántico entre los tres. Con la aparición de estos y otros personajes también se iban alternando las aventuras y escareos superheroicos. Uno de las compañeras y más interesantes rivales de Emp, Sistah Spooky, era una suerte de bruja con poderes oscuros, con la que frecuentemente se enfrentaba.

 

Con once volúmenes ya (y un par de volumenes especiales hechos con colegas) Empowered se ha convertido en una serie, como mínimo, de culto. Con unos personajes que los lectores hemos visto crecer y desarrollarse en muchos aspectos, resolviendo conflictos íntimos y ajenos. Warren ha escrito escenas repletas de diálogos en un sofá que prácticamente son antologías. Tanto como algunas de las escenas de acción más dinámicas así como bizarras del género. Porque si hablamos de sus conceptos de diseño de superheroe, nos metemos en otro mundo muy loco. Mucho antes de los diseños exagerados de series como One Punch Man o My Hero Academy, Warren ya ofrecía esa visión del superhéroe americano exacerbada vista desde fuera, quizás un poco ridícula y con cierto ánimo satirizante, pero que hacía que funcionara en las historias (la del Hombre Ladrillo es algo maravilloso).

 

¿Por qué nadie se ha planteado publicarla aquí? Uno de los motivos podría ser similar al de Dirty Pair, sus primeros trabajos tenían otro estilo, no despuntaban tanto y eran más diferentes de las miniseries más modernas. En el caso del primer volumen de Empowered, se nota el arranque con historias cortas sin más voluntad que elaborar unos cuantos gags, al menos en la primera mitad del primer volumen. Quizás también el estilo de Warren para estos libros, un estilo de dibujo a lápiz que se mantiene hasta el acabado final de la página y que no se diluye con el entintado, dejando un cierto efecto de «factura inacabada» pero que en realidad, dista de serlo. Como producto editorial también es complicado. El tamaño no es ni de volumen de manga, ni de tomo americano. ¿La publicaría aquí  una editorial de manga o una de americano? Ni idea. Lo que sí sé es que Empowered es una magnífica serie de superheroes que en mi opinión se merece tanta atención o más, como otras series. Si Invencible funcionó ¿Por qué no Empowered?

Blue Period (de Tsubasa Yamaguchi)

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#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

 

Reseñoviembre – Día 20 – Palabra: CUADRO

 

 

Obra: Blue Period

Autora: Tsubasa Yamaguchi

Editorial: Milky Way Ediciones

 

Empiezan ya a acumularse toda una serie de cómics sobre el arte o la creación artística desde procedencias muy diversas y con enfoques muy diversos. La última nos llega desde Japón con esta serie de la autora Tsubasa Yamaguchi con este relato de iniciación a las Bellas Artes, centrado en la pintura. Blue Period arranca como muchos spokon… que no sé si en realidad lo son tales ya que no son estrictamente deportivos. De hecho, es extraño lo que cuesta que en España se publiquen los spokons más clásicos -deportes como fútbol, baloncesto, etc…- y sin embargo los más tangenciales -bailes de salón, ajedrez…- sí que lo son. Tengo las dudas de que Blue Period lo sea porque claro, es una iniciación al mundo del arte, pero mantiene ciertas características propias de un spokon como el aprendizaje, la presencia de compañeros y rivales, las pruebas a superar, la didáctica sobre la temática específica y demás. En ese sentido, Blue Period funciona con los patrones habituales. Chico en el instituto, un poco rebelde sin causa, inteligente con buenas notas pero familia con pocos medios es el protagonista. No tiene claro hacia que estudios universitarios virar, no tiene una vocación específica para nada y siente un cierto desarraigo para con el mundo que le rodea, no se identifica con nada. Hasta que aterriza en el Club de Arte del instituto y eso empieza a cambiar. Una vía para expresar cosas, una forma de destacar, una pulsión que no acaba de saber describir, le empuja a querer ahondar más y más en el conocimiento de las técnicas para mejorar. Su primer cuadro es un cuadro predominantemente azul, lo que da nombre a la obra, pero que también es referencial del «periodo azul» de Picasso. Y así es como el joven muchacho se tira al duro camino de intentar entrar en una universidad pública de artes.

 

Como decía, el desarrollo del argumento es tremendamente procedimental. Pero esa estructura argumental sirve para llenarla con toda una cantidad de historias de experiencias iniciáticas en el mundo del arte, así como de una gran variedad de notas sobre técnicas de dibujo y pintura que son muy interesantes. En cierto sentido -con distancia, eso sí- recuerda a Bakuman, un manga que nos hablaba sobre la profesión de mangaka y la iniciación de dos jóvenes en esta profesión. Como Bakuman, Blue Period va más allá de las consideraciones artísticas y técnicas. También aporta datos del «mundillo». De la dificultad para entrar en las universidades (y los costes), la mayoría privadas y de la existencia de una escena internacional dura donde los autores japoneses no destacan excesivamente. Yamaguchi presenta todos esos datos como esbozos para dibujar el desafío mayor ante el que se enfrenta al protagonista.

 

Gráficamente, Yamaguchi utiliza un estilo que se asemeja a los estilos clásicos y estilizados en el shonen pero con ciertos trazos y formas que recuerdan estilos de dibujo más orgánicos, rebeldes, menos canónicos, más de autores y autoras de estilo más alternativo o dirigidos a demografías adultas. Es particularmente en la selección de planos y en la expresión de emociones a través de metáforas visuales, un aspecto capital especialmente en este primer momento en el que protagonista descubre una pasión que no sabía que tenía y eso cambia completamente su mundo. La forma de verlo, claro está.

Orion (de Masamune Shirow)

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Reseñoviembre – Día 17 – Palabra: ABANICO

 

 

Obra: Orion

Autor: Masamune Shirow

Editorial: Planeta Cómic

 

A principios de los noventa empezaba a correr el manga por España y a formarse lo que se llamó el «boom» por los cómics venidos de Japón. De entre los primeros títulos que servidor recuerda destacaban los títulos de acción y aventuras postapocalípticas como El Puño de la Estrella del Norte, Grey o Alita. En aquellos tiempos el manga supongo que me alcanzó como a todos, con una tremenda curiosidad y epatándome un poco por los temas, contundencia y la inclusión de un cierto grado de sexo y violencia que no veíamos en los tebeos de superhéroes. Mi interés en ellos fue decayendo (hasta recuperarlo más adelante con un abanico más amplio de tipos de manga) con el tiempo, a excepción de unas pocas obras de las que mantenía su lectura. Una de ellas fue Patrulla Especial Ghost, de Masamune Shirow, que me pareció una obra que se salía en ciertos aspectos de la tónica general. En los tebeos de Shirow, además de los trasfondos exóticos de ciencia-ficción, de una acción muy dinámica y trepidante, acompañada de un dibujo detallista había también un desarrollo del universo en el que se asentaba la historia bastante denso que permitía nutrir las historias de numerosas notas (ya sea en conversaciones de los personajes o a pie de página) que le daban una consistencia particular en la historia. Así, por ejemplo, los personajes del SWAT de Appleseed cuando salían a tomar unas cervezas hablaban de política igual que cualquier otra persona de nuestro mundo, pero lo hacían de la política del mundo en el que vivían. También hablaban de la sociedad, los dirigentes, de tecnología, la economía, etc…

 

Casi todas las obras de Shirow eran de temática de ciencia-ficción yu/o cyberpunk. Sin embargo un par lo fueron de fantasía, usando también elementos de ciencia-ficción. Una de ellas, Orion, resultaba alucinante por todo lo comentado: se inventaba un lore para un mundo amplísimo en el que tomaba conceptos del budismo, el taoismo, mitología japoneses, criaturas de Los mitos de Cthulhu de Lovecraft pero también de la física de partículas y, no podía faltar, el cyberpunk. Shirow lo metía todo en la coctelera y le salió un trasfondo de fantaciencia que ríete tú de Star Wars y los midiclorianos. Para un tebeo de seis números. Por si fuera poco, te lo iba contando sobre la marcha. La historia arrancaba trepidante casi desde el principio y te lo iba enseñando todo según lo que iba sucediendo y el lector podía ir haciendo el mapa de las facciones del mundo. Por un lado, un gran imperio tecnológico que dominaba las fuerza metafísicas a partir de la «psicociencia» y grupos de monjes que seguían empleando las disciplinas tradicionales místicas. En el origen de la historia, el plan del imperio para eliminar toda la energía negativa del universo sin tener en cuenta el desequilibrio que eso llevaría al mismo.

 

Así, la historia es una fanfarria loca de fuerzas sobrenaturales enfrentándose unas con otras, hechiceros lanzándose conjuros rarísimos y artes marciales con armas místicas como cachiporras con pinchos, tridentes-espada y abanicos. Todos los diseños conceptuales de Shirow son, como poco, alucinantes. Estamos a principios de los noventa y toda la imaginería que usaba resultaba novedoso y fresca. Ideogramas flotando en el aire dibujando círculos mágicos, explosiones de energía mística, cárceles para atrapar deidades, guerreros místicos de otros lugares. Todos los diseños resultaban alucinantes y se escapaban de los lugares comunes seguramente por las fuentes mencionada de las que bebía Shirow, alejadas de las que usaban otros mangas y que, en algunos casos, procedían más de occidente que de oriente. Y resulta extraño, a todo esto, con todo el potencial visual que se desarrollaba en Orion, que fuera la única obra de Shirow de la que no hubo adaptación al anime. O continuación al manga, ya que estamos.

Ulna en su torreta (de Izu Toru)

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Reseñoviembre – Día 2- Palabra: VIGILAR

 

 

Obra: Ulna en su torreta

Autor: Izu Toru

Editorial: ECC Ediciones

 

 

Ulna en su torreta probablemente sea uno de los mangas más sobrecogedores de los últimos años por el profundo despiece que hace de todo lo relacionado con el mundo bélico. Aun con la serie por concluir, su autor está explorando cada aspecto de lo que supone un conflicto armado, paso por paso, desde la primera línea hasta el hogar. Lo hace a través de la mirada de Ulna, personaje que son los ojos del lector a través de la historia y ante los que van cayendo una tras otra, el velo de las mentiras e ilusiones creadas ante el ciudadano común. Unas fomentadas por los intereses de los gobiernos y las clases con poder. Otras por la propia ingenuidad o prejuicio de los ciudadanos de a pie, que también son explotados y usados por las clases gobernantes.

 

La historia arranca desde el frente, Ulna, la protagonista viaja a un puesto de vigilancia, una torreta que es también una suerte de puesto de avanzadilla y supervisión. Ulna se ha alistado como francotiradora en el ejército. Su país está en guerra con unas criaturas de las que poco saben más allá de poseer una experiencia monstruosa y poseer características salvajes. Las primeras páginas nos muestran una suerte de camaradería de una tropa compuesta principalmente por mujeres. Sin embargo, cuanto más tiempo pasan en el frente, más preguntas se va haciendo Ulna, más se va indagando sobre el supuesto enemigo y más va contemplando la realidad de lo que está sucediendo. La reflexión sobre la búsqueda de la deshumanización del otro llega pronto en la historia, pero no será la única ni la última, tratándose temas como el arraigo, la identidad personal y la pérdida de la inocencia. La historia avanza con ciertos giros (de una historia de conflicto bélico pasaremos a un thriller) y cambios de escenario que nos permitirá ver más ángulos del asunto. A Toru, con esta historia, creo, le preocupa conseguir una suerte de fotografía global, una reflexión compleja que se consigue con la acumulación de experiencias y con un ejercicio de crítica importante.

 

El estilo del autor recordará al lector a esa línea tan característica de Hayao Miyazaki, con el cual Toru puede compartir los temas de sus obras fácilmente. Una imaginería bonita y preciosista con un toque de ternura no va reñida con el tratamiento de temas maduros y oscuros. La narración visual de la obra jugará a la creación de momentos alternos de calma y tensión, de reflexión y acción. Y la atención a los detalles en todos los aspectos (expresiones corporales de los personajes, detalles paisajisticos, elementos de parafernalia bélica) apoyan el tono realista de la serie que, pese a su ligero tono de ciencia-ficción, no deja de hablarnos de todos los conflictos bélicos existidos y existentes, de la guerra, en definitiva, como algo real.

Bride Stories (de Kaoru Mori)

 

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Reseñoviembre – Día 13 – Palabra: MATIZ

 

Obra: Bride Stories (serie)

Autora: Kaoru Mori

Editorial: Norma Editorial

 

En la primera página de este manga dos personajes se encuentran por primera vez en su vida. Karluk -tiene doce años- ve por primera vez la cara de Amira -tiene veintidos- al descubrirse el velo, el día de su boda. Dos segundos de expectación y sorpresa desembocan en una sonrisa. Estamos en Asia central, en una pequeña ciudad cerca del mar Caspio, en el siglo diecinueve. La de Amira y Karluk es la primera de toda una serie de historias de parejas que recorre todos los detalles de la cultura de la zona con un cariño y ensimismamiento infinito.

 

Kaoru Mori, autora también de Emma, un romance ambientado en la Inglaterra victoriana -y que por desgracia aquí no hemos visto su edición terminada- insiste en que Bride Stories es una historia ligera; y al mismo tiempo insiste en que los detalles, los matices son importantísimos. Ya sea en cada mínimo diseño que adorne una pieza de ropa como en cada gesto corporal específico o cada mirada que indica que detrás de cada situación social o íntima hay muchas cosas que no se llegan a expresar en palabras. Porque así lo es en la vida real.

 

Virtuosa del dibujo con un estilo que busca el naturalismo, deja patente en la página todo su amor por la arquitectura, la costura, la carpintería artesana, la montura a caballo o el arte de la caza en la zona del Turkmenistan. Pero también aborda temas como el choque entre culturas, la organización de las estructuras familiares, el cuidado del prójimo o el sexo. Es llamativa la delicadeza y sensibilidad con la que trata una cuestión tan polémica aquí y ahora como un matrimonio entre un adulto y un niño. Y también es destacable como, a pesar de contar como el día a día de familias cuya jerarquía está dominada por los varones, los personajes femeninos no pierden cuota de protagonismo el alguno. El rol de las mujeres también es importante en esas sociedades así como lo es en la historia que la autora quiere contar.

 

Bride Stories es una relato agradable con mucho candor, que alterna un tono recreativo con un drama ligero que entra en las intimidades de los personajes. Y sorprende en el dibujo por ese amor por lo cotidiano y el hacer amoroso de la artesanía tradicional. Nos hace disfrutar de los encuentros entre sus protagonistas y nos hace abandonar a cada pareja tras contarnos su historia con un poco de tristeza, si bien vamos con alegría a descubrir la historia de la siguiente.

Bakuman (de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata)

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Reseñoviembre – Día 10 – Palabra: SERIE

 

Obra: Bakuman

Autores: Tsugumi Ohba y Takeshi Obata

Editorial: Norma Editorial

 

Bakuman es una rara avis en muchos sentidos. Por ejemplo, seguramente tiene la virtud de ser ese manga que se ha leído mucha gente que normalmente no lee manga y que ha leído cuatro cosas sueltas en su día, probablemente alguna cosa de Osamu Tezuka y algún shonen de antaño. Bakuman sería uno de los pocos mangas modernos que está leyendo y esto es por un motivo: es un manual estupendo para entender como funciona la industria del shonen en Japón.

 

La historia podría decirse que es una suerte de spokon variedad de jardín en sus fundamentos; esto es, un manga de deportes que ensalza valores como la superación, el compañerismo y la rivalidad sana que hace que los protagonistas mejoren con cada enfrentamiento. El asunto interesante es que «el deporte» en este caso es más bien una práctica artística, la creación de mangas. En resumen, sus protagonistas son dos estudiantes de instituo. Moritaka Mashiro es un dibujante principiante -muy introvertido- con un gran talento, que tuvo un tío que fue mangaka, pero al que le sucedió una tragedia. Su tío es, pues, tanto ejemplo, como camino a evitar. Akito Takagi quiere ser guionista, es extrovertido, tiene una gran cultura de manga y ideas muy locas e interesantes. Mashiro y Takagi van al mismo instituto y en una de esas escenas que pasan en las azoteas de los institutos, se fragua el plan de hacerse mangaka; todo ello con una promesa romántica de por medio hacia una chica, que juega de gancho culebronesco para con el lector.

 

El primer paso para lograr el objetivo es venderle una serie a la Shonen Jump, la revista de manga japonesa y lo consiguen. Y ahí es donde empieza la carrera en esta historia. Aparecen rivales, aparece un gran rival final, aparecen aliados y aparecen dificultades. Como lectores, por el camino, vamos aprendiendo como funciona la industria japonesa, como se decide que series se mantienen tres tras mes publicándose, qué temas son polémicos, qué mecanismos son los más habituales para que una serie atraiga al público, qué tipos de subgéneros existen, como influyen los editores en las historias… y un lista interminable de más cosas. Ohba y Obata tienen el mérito de haber creado una serie entretenidísima y didáctica, especialmente para los lectores occidentales, para los que desconocíamos todos estos aspectos. Y lo más interesante es que lo hacen haciendo un manga «de batallas». Mes tras mes estamos enganchados viendo que ideas para nuevas series se les ocurrirán a Takagi, estamos tensos ante la llegada de los resultados de las encuestas y flipamos con las páginas de las series incluidas dentro de esta serie.

 

Por todos estos aspectos, Bakuman es un manga muy recomendable, porque no solo es una buena obra en si misma, sino porque abre las puertas a conocer el mundo del manga en si y saltar desde ella a otras obras.

One Punch Man (de One y Yusuke Murata)

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es una iniciativa que imita al reto de los artistas del , pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

 

Reseñoviembre – Día 2 – Palabra: IMPACTO

Obra: One Punch Man

Autores: One y Yusuke Murata

Editorial: Ivrea Editorial

 

La deconstrucción de los superhéroes también era esto, Alan Moore. Bueno, o no. O sí.

 

La verdad es que es curioso que una obra tan popular tenga varios enfoques desde la cual disfrutarla. Apilables, incluso. Pasa frecuentemente con las parodias, que pueden caer en el riesgo de, tras jugar a la sátira de un género específico, se vean atrapados por sus seductores mecanismos. Es el caso de One Punch Man, el popular manga seinen que parodiaba el género superheroico americano y que empezó como webcomic de la mano de One, hasta que su popularidad se hizo tal que recibió la oferta de ser dibujado por Yusuke Murata. Este último y su dominio del estilo y los recursos gráficos del manga de batallas -entre otros- sin duda, refuerza la sensación de que estamos leyendo un shonen de acción. En la serie se reparten hostias como panes en lo mejorcito de esa tradición. Pero claro, hay más.

 

La serie toma la historia de Saitama un joven superheroe cuyo superpoder es acabar con sus enemigos de un solo puñetazo. Un impacto y ¡bam! se acabó. En el desfase del concepto está precisamente la gracia de su deconstrucción y el potencial para su comicidad. Un superhéroe con un poder extramadamente poderoso atenta contra las claves de entretenimiento del género en si. Y es algo de lo que el propio Saitama es consciente. No tiene rivales.  El otro efecto es el que ya practico Toriyama con Mr. Satan: tanto poder desmesurado es imposible, por lo tanto tiene que ser un truco. La gracia de One Punch Man es que aquí la lógica que aplicaba Mr. Satan es la que aplica el resto del mundo que es testigo de las proezas de Saitama. El resultado es que nadie le da credibilidad y el superhéroe más poderoso del mundo, públicamente, es un don nadie.

 

Además de su concepto de partida, One Punch Man toma el género superheroico para reirse del mismo con todo tipo de mecanismos humorísticos, uno de los cuales es tomárselo muy en serio todo, con la intensidad que los eventos requieren. Puede que esto, de alguna forma algo venga heredado del manzai japonés, el homólogo del clown listo y el clown tonto, donde el payaso tonto se lleva collejas todo el rato por sus errores. Quizás el caso de Saitama es más el del clown tonto en su versión occidental, que al final no lo es tanto y subvierte todo con sus resoluciones absurdas al clown listo. Como pasaba con el asunto de la credibilidad que he comentado, Saitama es el clown tonto y el clown listo es el resto del mundo, con sus instituciones normativas superheroicas y su intensidad épica a la hora de hacer frente a los enemigos.

 

A pesar de lo que pueda parecer en este texto, los autores no cargan contra el género superheroico occidental. Hay mucha sátira también del shonen variedad de jardín y no escatima en introducir arquetipos visuales y de personalidad clásicos de la tradición japonesa. En resumen, One Punch Man, se ríe de todo y de todos. Y entre toda la sarta de mamporros no perdemos de vista que estamos ante un manga divertidísimo, de carcajada con mayúsculas.

Apuntes sobre series de manga (I): Tragones, áreas e inocentes

 

Inicialmente este blog iba a ser un lugar de artículos tirando a sesudos -o al menos intentarlo- que tirara un poco más allá de la reseña que no va más allá de la sinopsis del tebeo y algunas líneas críticas muy generales (para eso ya tengo la cuenta de Instagram «instagrapacomics» VIVA EL SPAM). Pero la verdad es que ese tipo de artículos -plantearlos, recoger las reflexiones, estructurarlas y narrar la reseña- me lleva mucho tiempo y no siempre me salen tan bien como quisiera. No es que vaya a dejar de hacerlos, pero sí que me parece buena idea ir incluyendo algunos artículos más ligeros con más referencias y que me permitan continuar divulgando y criticando las numerosas lecturas que voy haciendo.

 

En los últimos años, si ha habido algo de lo que he aumentado copiosamente su lectura, además, ha sido el manga. Y me he llevado estupendas sorpresas. Como ya apunté en el artículo de introducción a la obra de Inio Asano, no me considero un experto en manga, pero estoy disfrutando muchísimo de la cantidad de obras buenas que estoy descubriendo. Hasta las no tan buenas tienen su puntito. Por ello, me ha parecido buena idea ir haciendo este «diario de lectura» que iré publicando con bastante más frecuencia que los artículos habituales (o eso espero).

 

Vamos a ello.

 

 

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Tragones y Mazmorras de Ryôko Kui

(cuatro volúmenes publicados hasta la fecha, cuatro leídos)

 

Cuando empecé la serie pensé «ah, han cruzado fantasía dungeonera con gastronomía, esto es para mí». Pero pensé en ello también como un manga muy específico, quizás demasiado. O te gustan los dos temas (mejor los dos, claro) o no es un manga hecho para cualquiera. Y sin embargo, la premisa es bastante sencilla: grupo de aventureros que exploran unas mazmorras enormes en busca de tesoros y que andan bajos de recursos deciden que para ahorrar se aprovisionarán sobre la marcha. Es decir, en vez de comprar provisiones antes de entrar a la mazmorra (su pan de lembas, su carne seca y esas cosicas), pues se zamparan a los monstruos que eliminen durante los combates. El resultado son aventuras que concluyen con la elaboración de una receta improvisada que puede usar cualquier bicho digno de aparecer en un Manual de Monstruos: basiliscos, escorpiones gigantes, kelpies. Incluso plantan huertos en las espaldas de los golems para tener sus verduritas frescas. El conjunto de las historias están hiladas con un objetivo de fondo que queda más o menos saldado en el cuarto volumen. Pero Ryôko Kui ha tenido la habilidad de ir introduciendo datos sobre el mundo y añadiendo personajes secundarios para ir dándole amplitud de la historia y así aspirar a objetivos mayores -más «de mundo» que personales de los personajes- y a la continuidad a la serie.

 

Por eso, creo que al final se está convirtiendo en una muy buena serie de fantasía, divertida y original. Sorprende por tirar por la estética de fantasía medieval más rolera de D&D, más occidental -aunque me vienen al recuerdo precedentes como Record of Lodoss Wars, por ejemplo, que la popularizó en Japón- quizás porque se pueda asociar esta más fácilmente al humor que una exótica que suele ser más intensita y dirigida hacia la gran épica. Tragones y Mazmorras empieza desde abajo con sus personajes de nivel uno con sus problemas del día a día de toparse con monstruos y demás. Y creo que ese también ha sido su encanto, al menos hasta la fecha. Eso y las recetas, claro. Ver como el autor se las ha ingeniado para asemejar a los monstruos con alimentos similares para poder preparar platillos y explicar su preparación paso por paso, no tiene precio.

 

 

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Area D de Nanatsuki Kyouichi y Yang Kyung-il

(catorce volúmenes hasta la fecha, catorce leídos)

 

No sé exactamente porque empecé a comprar Area D, la verdad. Seguramente algún amigo de la librería me engoriló con él y acabé empezándola. Es un shonen demasiado «variedad de jardín» si se me disculpa la expresión. Sin embargo, por el camino, creo que se le pueden sacar algunas virtudes; e incluso considerarle algunos defectos a priori como virtudes a posteriori. La historia no es nada del otro jueves. Estamos en un mundo en el que a algunas personas se les empiezan a manifestar poderes como a los mutantes de la Marvel. Pero lejos de establecer un conflicto con bandos y una división de la humanidad según sean pro o anti mutantes, aquí todo es más radical: se les captura y se les envía a una inmensa isla-ciudad-prisión para que no molesten. El protagonista, un tipo que va bastante pasado de nivel -como suele pasar-, llega a la isla buscando a alguien y allí la lía pardísima. La prisión es un sitio donde los mutantes están divididos en tres facciones, hay enfrentamientos con los carceleros y con alguna que otra facción oculta. Y todos quieren o bien medirse el lomo con el prota o bien ser su amiguito especial. En lo gráfico, como imitando a los superhéroes de los noventa, las anatomías son imposibles o caricaturizadas y se dividen en cuatro tipos: hombres mazadísimos con filas imposibles de abdominales, mujeres con cuerpos de infarto, crías con sus vestiditos góticos y monstruos variados. Todo el manga está repleto de un fanservice descaradísimo, pero en su descargo hay que decir que nos lo encontramos desde el minuto cero, nos lo encontramos prácticamente durante todo el manga y nos lo encontramos tanto para hombres como para mujeres. Si los autores nos lo ejecutaran solo cada cierto tiempo para atraer la atención del lector, o dirigido solo a un tipo de público, podríamos considerarlo injusto o tramposo; pero al ser que el manga es todo el rato así, casi podríamos aceptarlo como un rasgo del estilo propio del tebeo en cuestión. O acudir a las reservas de ironía para la lectura, claro.

 

La historia, como decía, no es nada del otro mundo y catorce volúmenes después, habiendo cerrado una temporada y empezado otra con nuevos personajes, se mantiene en su ausencia de ideas originales o de giros de guión no convencionales. Estamos ante una excusa para que diversos personajes se acaben enfrentando como en un videojuego de luchas, con el eterno el BIEN contra el MAL por bandera, lo que me parece estupendísimo si es lo que uno busca. Y además, tiene una virtud que hecho en falta en los tebeos de superhéroes americanos: la narrativa de acción. Si una pelea nos va a ocupar cuarenta páginas, no basta con dibujar continuamente a los personajes soltándose mamporros. Queremos giros en la acción. Queremos momentos en los que el héroe tiene la ventaja y momentos en los que la pierde. Queremos que se muestren usos creativos de las habilidades de los personajes. Y Area D ofrece todo eso en la mejor tradición del shonen de batallas como Naruto, One Piece, Bleach, etc. De hecho, diría que empecé Area D precisamente tras acabarse Naruto y puede que este fuera el motivo, que echaba en falta un buen shonen de batallas. Por estas razones, me parece que estamos ante un manga bastante entretenido, con un estilo más o menos propio y honesto con lo que va a ofrecer al lector desde el principio. Buena mierda.

 

Aunque claro, ahora estamos ya con los Jojo’s también (que no tardarán en aparecer por aquí) que tienen sus buenas dosis de anatomías desquiciadas y batallas con maniobras y habilidades exóticas para hacer las delicias del personal.

 

 

MANGA_INNOCENT

Innocent de Shin’Ichi Sakamoto

(seis volúmenes publicados hasta la fecha, cuatro leídos)

 

¿Sabeis aquello de cuando ves un accidente te tapas los ojos para mirar pero algo se te apodera lo suficiente por alguna extraña razón y te hace entreabrir un ojo para seguir viendo lo que sucede? Pues madre mía, Innocent. Llegué a ella con la serie ya empezado y recomendada por un par de personas. Me tiré a ella sin saber ni siquiera el argumento y la hostiaza no pudo ser más máxima. ¿La hubiera empezado a leer si hubiera sabido el argumento? He ahí mi gran duda. Para todos aquellos que quieran salir de dudas, Innocent es un seinen histórico basado en la novela El verdugo Sansón de Masakatsu Adachi y que narra la vida de Charles Henri Sanson (1739 – 1806) gran verdugo de la ciudad de Paris o «Monsieur de Paris» que era como se conocían a los ejecutores de las penas. El drama es máximo: el protagonista es el primogénito de una familia de verdugos, cuyo nombre y prestigio se debe a su profesión. Él no quiere seguir con la tradición familiar, pero no le cabrá otra.

 

A partir de ahí, seremos espectadores de la vida-calvario de Charles, que debe ejecutar penas a contracorazón y aprender el desagradable oficio de verdugo. Porque decapitar a criminales no es tarea fácil y Sakamoto nos abunda en infinidad de detalles anatómicos sobre como ejecutar y torturar cuerpos humanos.  Sí, el manga abunda en detalles que quizás no necesitamos en nuestras vidas y en escenas bastante gore, sí. Pero, ojo, no es gore  gratuito. No hay ni una sola escena macabra o desagradable que no tenga un sentido, que deba ser contada para transmitirnos la angustia del personaje y lo que está viviendo. Por si fuera poco, Sakamoto lo acompaña de una suerte de lírica visual, un dibujo preciosista y un recurso en la narrativa que abunda en imágenes metafóricas, que hace muy difícil dejar de observar lo que está sucediendo en los momentos más duros. Lo que apuntaba servidor al principio. Con todo esto, Innocent es un manga excelente -hay quien lo pone ya de obra maestra- y se merece muchísimos cumplidos, pero también resulta agotador. Servidor se ha planteado dejarla un par de veces. Depende del estado emocional del lector, puede no ser recomendable. Es una obra muy oscura, si bien hay momentos en los que el optimismo y el idealismo del protagonista, esa alma «inocente» encerrada  en la jaula del contexto histórico y familiar que le ha tocado vivir, pueden resultar refrescantes. Y es encomiable que el autor sea capaz de insuflar algo de luz en todo eso. Pero BUF. Mi consejo es «enter at your own risk».

Inio Asano (III): La chica a la orilla del mar

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Cuando en nuestra vida de lector descubrimos a un autor que nos parece interesante –o nos encandila con la primera obra de este que cae en nuestras manos- lo más normal es tirarnos a la lectura de la segunda esperando que muchas de sus coordenadas autorales sean las mismas o al menos muy similares. En mi caso al comentar con otros lectores lo mucho que me había gustado Solanin de Inio Asano, me recomendaron La chica a la orilla del mar fervientemente. Eso sí, la recomendación iba acompañada del aviso de que la obra era muy distinta de la que ya había leído. Lo era y no lo era: habrá que ir por partes.

 

Un punto en común es que los protagonistas de esta historia son jóvenes. Si bien, si en Solanin los protagonistas andaban por una especie de tardoadolescencia, aquí podemos hablar de adolescencia pura y dura. Hace tiempo alguien me dijo que si algo se puede decir con certeza de la adolescencia es que no se puede decir nada con certeza. En la historia se retrata el ir y venir emocional de esas edades y la incertidumbre del no saber lo que se quiere –o cambiar de opinión al respecto según cambie el viento-. Pero también ronda en el retrato una apatía ante un futuro incierto, un dejarse hacer un tanto derrotisa y nihilista. Si bien en Solanin el tema del «futuro incierto» iba en relación al desarrollo de una carrera profesional y vital, aquí las incertidumbres de los personajes residen en el ámbito más íntimo y personal. «¿Me querrá alguien?» «¿Soy normal?» «¿Estaré solo toda la vida?» son los dilemas que atenazan a los protagonistas de esta obra. Y así como en Solanin se expresaban las inquietudes vitales de forma directa, aquí todos estos dilemas quedan prácticamente enterrados dejando patente la incapacidad -o la falta de voluntad- por parte de los personajes para expresar de forma clara emociones y aspiraciones, si es que se tienen. Todo esta tormenta -o vacío- interior (dejo a manos de la lectura de la obra ver qué personaje está retratado como cada cual) está trasladada en las páginas de este manga que cuenta la historia de la relación entre Sato e Isobe y que a poco que el lector desarrolle un poco de empatía con los personajes y con la historia, verá que está condenada a acabar de forma trágica.

 

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Pero ¿es posible ejercer la «empatía», ponernos en la piel del otro, en La chica a la orilla del mar como en Solanin? En Solanin, Asano nos lo daba todo hecho. Nos ponía cara a cara con personajes que nos lo contaban todo y nos escribía sobre las viñetas sus pensamientos regalándonos una fuente de información exhaustiva sobre sus intimidades. Sin embargo, aquí todo eso desaparece. Se acabaron los personajes hablándote a ti como si estuvieras allí: si en Solanin nos metían en el tebeo como uno más de la troupe de personajes, aquí Asano nos condena a ser un fantasma, alguien que está pero no está con ellos. Y también se acabaron los cuadros de diálogo textualizando pensamientos. En La chica a la orilla del mar se hace el silencio. Y sin embargo, algo percibimos. Asano prescinde de algunos canales de comunicación, pero seguimos viendo que todo sigue ahí: que los personajes tienen un mundo emocional interior nos es patente. Si alguna vez has advertido que alguien a quien conoces muy bien -un familiar cercano o un buen amigo-, le sucede algo aunque no lo verbalice -detectas pequeños detalles de comportamiento- entonces entenderás lo que hace Asano en este manga para dejarnos atisbar las interioridades de los personajes. Sabemos que algo les sucede, pero no sabemos el qué y avanzamos como posesos en su lectura para desentrañar el misterio interior de cada uno. Y es harto difícil: lo que hacen los personajes difiere de lo que dicen; y lo que dicen muy probablemente difiere de lo que piensan.

 

Por otra parte, uno de los elementos que más sorprende del tebeo es su tratamiento del sexo. No es ninguno secreto que en el manga más comercial los personajes están tremendamente sexualizados. El grupo de personajes de los shonen habituales consisten en un protagonista masculino tan entusiasmado como anodino rodeado por un harén de personajes femeninos de diferentes características físicas diseñadas para conectar con los fetiches de todos los lectores posibles. Por eso es raro encontrar una historia en el que el sexo cumpla una función realista en la historia. El sexo, cuando aparece está introducido en la historia para los personajes, no para el lector. En La chica a la orilla del mar el sexo es uno de los ejes de la historia, de lo que hay que contar. El sexo es lo único que une a los dos personajes protagonistas, que son incapaces de sincerarse el uno con el otro, de entenderse. Y quizás a través del sexo tampoco mucho, dado que los personajes reproducen constantemente los fetiches más variados de la pornografía de forma preeminentemente física, sin ningún tipo de conexión emocional. Sería muy fácil decir que este manga es como un Nueve semanas y media a la japonesa, pero la verdad es que hay mucho más. Difícilmente su lectura resulta erotizante -no la consideraría cómic erótico, aunque algunas de sus imágenes puedan serlo-, sabiendo que, fuera del sexo, Sato e Isobe están profundamente heridos. Están desconectados del resto del mundo. Solo se tienen el uno al otro y no les vendría mal contarse las cosas que no se cuentan pero que realmente les importan. Pero no lo hacen. Solo follan. Se usan mutuamente como desahogo.

 

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El caso es que cuando nos proponemos afirmar que estamos ante un slice of life de la relación sexual de dos adolescentes, hacemos aguas cuando Asano inserta en el manga algunos componentes de thriller o incluso de terror. El tema de la ausencia del ser querido flota en esta obra como en otras de este mismo autor. Hay personajes que no están, pero de los que se habla: han tenido un peso profundo en otros, podrían aparecer más adelante o no, pero Asano magistralmente convierte su ausencia en una presencia. En Solanin, los puntos de humor aligeraban la dureza de algunos momentos de la obra. En La chica a la orilla del mar no se nos concede este alivio. Los golpes de efecto puntuales buscarán subir la tensión a través de dosis de realismo mágico un tanto tenebroso. Y así nos tendrá en vilo con el destino de los protagonistas hasta el final.

 

Concluyendo, supongo que habrá quien caiga en la tentación fácil de afirmar que el final de La chica a la orilla del mar –y atención porque es inevitable dejar caer algunos elementos de SPOILER a continuación- es un final fácil, ingenuo y feliz. Todo parece arreglarse porque sí, por fortuna, por casualidad. Cada personaje parece caer donde debe o donde puede. Y parece que no les va tan mal. Y sin embargo, si lo pensamos dos veces, el final es terrorífico. Solanin era un retrato de la solidaridad y de la comprensión entre pares. La chica a la orilla del mar es todo lo contrario: es un retrato del egoísmo de sus personajes, de proyectar en otros necesidades que van y vienen sin llegar a colmar el pozo infinito de sus anhelos, utilizandolos como objeto. Al final, no hay reflexión de lo sucedido, no se alcanza ningún tipo de madurez emocional, no hay ningún tipo de superación personal. La vida sigue y es más grande que nosotros mismos. Si acaso a Isobe en la última escena, se le intuye una cierta conciencia de lo sucedido, pero no queda claro si realmente se ha aprendido o si se puede aprender algo de lo sucedido. Y por ello, La chica a la orilla del mar se queda en prácticamente unas antípodas perfectas de lo que se nos contaba en Solanin, sin bajar un ápice la calidad de la historia narrada.

 

 

Inio Asano (II): Solanin

 

 

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El manga, como producto cultural exportado por todo el mundo, deja un cierto imaginario en sus lectores sobre las formas de vida y las costumbres del país en el que suceden sus historias. A través de obras de ficción, aventura y fantasía -las primeras que nos llegaron de forma masiva-, tenemos una imagen del adolescente japonés que se perpetúa obra tras obra. Pero este protagonista estereotipado, esta «variedad de jardín» repleta de clichés oculta mucho de la realidad del colectivo al que pretende representar -si es que lo hace- ya sea contando una épica fantástica, un romance o una comedia. ¿Qué pasa cuando termina el instituto? ¿Qué pasa cuando van a la universidad? ¿Qué pasa cuando salen a buscar trabajo? La historia de la juventud japonesa, retratada en los shonen más comerciales que hemos podido leer aquí, empieza y muere en el instituto. Y a sus lectores nos queda lejos una visión realista tanto de la misma como de lo que sucede después.

 

Hay que dar un salto a publicaciones dirigidas a públicos más adultos para dar con esos retratos algo más realistas, para encontrar historias que profundicen en los personajes y que les den un poco de alma. Por mencionar alguna obra precedente a la que trataré en este artículo, destacaría Nana de Ai Yazawa, manga josei -manga destinado a mujeres adultas- seriado que cuenta la historia de dos jóvenes chicas con objetivos muy diferentes en la vida que buscan independizarse en Tokio y acaban compartiendo piso. Nana tuvo bastante éxito -y desprendo de ello que había un público muy amplio interesado en este tipo de relatos-, pero una enfermedad retiró a su autora de la continuación de la obra en el 2009; pese a que Yazawa se recuperó, la obra quedó paralizada y sin final.

 

Solanin, de Inio Asano, por suerte, no ha tenido esa mala fortuna. Una de sus mayores bazas es que, a pesar de haber sido seriada en una revista, está pensada más como una «novela gráfica» con sus correspondientes capítulos -y un mapa de ruta muy claro- que como un «culebrón» a una deriva, algo que los editores podrían pedir estirar mientras la obra sea exitosa entre el público. Solanin no tiene ese problema, no parece regirse por audiencias ni por encuestas de éxito. Y quizás por eso uno de los adjetivos que más se repite cuando se habla de este manga es que es una obra «redonda». Y es así. Conocemos a los personajes sobre la marcha, en su vida cotidiana, sin un gran evento que marque el arranque de la historia. Paulatinamente se nos presentan sus dilemas, que van evolucionando o complicándose. Y hacia el final estos problemas se resuelven -de una forma o de otra- dejándole al lector una sensación de cierre, de que el autor ha contado exactamente lo que quería contar. Todos los personajes tienen su espacio, tanto los protagonistas como los secundarios -que prácticamente dejan de serlo por el mimo con el que se les trata- y hay un control absoluto del ritmo y del tono con una visión perfecta de la historia al completo. Uno de los éxitos de Solanin, pues, está en desmarcarse de estas dinámicas editoriales que arruinan el conjunto de la obra. Sabe contar una historia y tiene presente que esta tiene que tener un cierre. Y esto es capital en esta obra en la que uno de los temas que toca -quizás el gran tema de la obra, aunque no el único- es el de como los individuos nos sobreponemos a ciertas dificultades poniendo voluntariamente un punto y final a ciertas cosas. Porque si no lo hacemos, a la larga, pueden hacerse obsesivas y perjudiciales para nosotros. El mensaje es poderoso por si mismo. No sé si de forma metaliteraria incluso pueda servir como recadito para el mundo editorial japonés.

 

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La historia trata de un grupo de jóvenes que se halla en el momento de transición entre los estudios y el mundo laboral. Asano nos pone en la piel del colectivo de los veinteañeros japoneses en la tesitura de decidir un camino en la vida. ¿Me busco un trabajo de oficina, estable, mecánico y aburrido, donde empezaré siendo el último mono y quizás pueda ascender a algo más dentro de un sistema jerárquico y así hasta el fin de mis días? ¿O bien me decido por una opción más arriesgada, más vocacional y más creativa pero con altas posibilidades de fracasar? Aquí se aborda un «drama» generacional japonés, que no está tan lejos del de las inquietudes de cualquier joven recién salido -o a punto de salir- de la universidad, en cualquier otra parte del primer mundo. Engancha porque, de alguna forma -y al menos inicialmente- trata de responder a estas preguntas. O, como mínimo, pone la pregunta sobre la mesa y así visibiliza una incertidumbre generacional y una crítica hacia un mundo laboral gris, autoritario y poco enriquecedor. La resolución de ese dilema define el salto de la juventud a la adultez. Que no necesariamente a la madurez, ojo. Y eso es mucho.

 

El caso es que Solanin empieza desde lo cotidiano y desde lo universal, mostrándonos a unos personajes con los que el lector se puede identificar más o menos fácilmente. Pero a medida que pasan las páginas los personajes dejan rápidamente de ser «cualquier posible joven» o «cualquier posible persona». El autor va ahondando en los personajes y hace aflorar ante el lector sus miedos y sus inquietudes. Y los inunda de pequeños detalles expresivos que los hacen únicos. Ya no nos importan porque pudieran ser como nosotros por tener vidas o inquietudes similares. Nos importa lo que se cuentan -lo que nos cuentan-, lo que van a hacer, lo que van a decir o lo que sienten porque les sucede a ellos y solo a ellos. Los personajes se convierten un poco en amigos del lector. Asano ha conseguido que desarrollemos una empatía con los personajes, colocándonos, como uno más, dentro del grupo.

 

Leyendo el cómic se me descubren un par de técnicas narrativas de como Asano llega a eso -en Solanin es tan importante el qué como el cómo-, a crear esa relación directa entre un personaje y el lector. Una de ellas es el uso del primer plano en los diálogos entre los personajes. Cuando un personaje tiene una charla con otro, el autor nos pone el punto de vista del personaje que escucha, «nos convierte en él»; o casi, a veces a un metro por detrás del personaje. Pero lo que importa es que nos pone cara a cara con el personaje que se está expresando y prácticamente parece que nos lo cuente todo mirándonos a los ojos. Y así, a medida que vamos leyendo el cómic no es raro que nos sintamos como parte de ese grupo de amigos. Asano se ha preocupado de dedicarles momentos significativos a cada personaje, incluso a los secundarios, por lo que a todos los vamos conociendo a base de incluirnos en esas conversaciones en las que estamos muy cerca del personaje que nos explica su vida. Esta técnica, por supuesto, no la inventa Asano, pero la aplica y desarrolla excelentemente bien. Es característica de otros mangakas y en particular me recuerda mucho -aunque no tengan nada que ver en cuanto a género- al Naruto de Masashi Kishimoto, que constantemente nos pone la cámara junto a sus personajes, como si estuviéramos al flanco de los mismos, como un personaje más.

 

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La otra técnica relevante para el desarrollo de la empatía es mucho más íntima, cuando se expresa un monólogo interior en forma de texto acomodado en viñetas enteras. Se hace partícipe al lector de la intimidad última del pensamiento de los personajes de lo que quizás no expresarían a nadie. Así, de alguna forma, ese monólogo interior deja de serlo para convertirse, de nuevo, en una especie de diálogo con el lector. Bueno, yo al menos me he encontrado a mí mismo leyendo pasajes de la intimidad de los personajes y evocando mis propias experiencias personales mentalmente como si a ese personaje -a ese amigo- pudiera servirle mi experiencia como ayuda.

 

A Solanin, para concluir, no le falta ni le sobra nada. Sabe lo que quiere contar y como quiere contarlo. Es quizás la obra más luminosa de Asano de entre las que hemos podido ir leyendo por aquí aun con sus «medias horas oscuras del alma». No le falta tampoco algunos golpes de humor con los que el autor consigue aliviar y/o romper algunos momentos de drama o incluso para jugar un poco a la tragicomedia-un recurso que hemos visto en las obras de más reciente publicación como Buenas noches, Punpun o Dead dead demons dededede destruction-. Al final, Solanin es un canto a la fuerza interior de cada individuo para tomar decisiones en momentos duros, al salto al vacío hecho con valentía. Pero también es un canto a la solidaridad, al apoyo mutuo ante las dificultades, a seguir hacia adelante acompañado de los que queremos. Es una despedida de las inseguridades a las que nos habíamos ido agarrando y que nos conectaban más con una soledad estéril que con un mundo compartido con otros lleno de posibilidades.