El regreso de Aude Picault

Diría que siento cierta envidia de cierta «capacidad de presión» que tienen las comunidades de lectores de los apartados más comerciales del mundo del cómic (léase «superhéroes y manga») si no fuera porque yo soy lector también de esos apartados. Pero no dejo de echar en falta esa especie de capacidad de respuesta de la industria en otros ámbitos, debida seguramente a lo acotado de sus mercados y a sus públicos no tan numerosos. Así, con frecuencia muchos cruzamos los dedos porque aparezca ese editor un poco arrojado y tremendamente vocacional, que se lance a hacer lo que muchos veríamos como un acto de justicia, trayendo obras inéditas que se escapan a los campos comentados. A los que habría que añadir, por cierto, el de los clásicos históricos que también gozan de cierta buena salud e interés por parte de todos. Tanto que en ocasiones vemos el agotamiento de la publicación de todas las obras de ciertas vacas sagradas, incluidas sus piezas más anecdóticas.

Sin embargo para ciertos autores y autoras actuales, con trabajos realmente interesantes y actuales no llegamos a ver nada o acaso asoman la cabeza en algún momento para luego perderse en el olvido. Este parece ser el caso de Aude Picault, que desembarcó en España gracias a la extinta Ediciones sinsentido. En su amparo se publicaron de forma fiel y continuada sus primeras obras –Papá, Rollos míos, Travesía y Charanga– cortándose la continuidad de la publicación de estas en 2011. En esa cronología de obras, desarrolladas especialmente desde lo autobiográfico, pudimos observar la evolución de una artista con un estilo de caricatura plástica y expresiva pero también el despliegue de un carácter inquieto, curioso y expansivo. Desde 2011 hasta la actualidad ha llovido bastante así que uno solo puede imaginarse por donde anda la autora ahora mismo; o bien lanzarse directamente al mercado francés para estar al tanto de sus trabajos.

Hace poco he podido leer dos de sus obras publicadas en Les Requins Marteaux, dentro de la desenfadada colección BDCul, orientada a la publicación de obras de contenido sexual, no exclusivamente por su contenido pornográfico, sino también por tratar temas sobre sexo y sexualidad y conjugarlo con trasfondos de ciencia-ficción, fantasía o a través de la comedia, con unos estilos visuales muy variopintos. La colección luce también edición nostálgica de novelita barata y abrió fuego, precisamente, con un primer número del que se ocupó Picault. Comtesse, publicado en Francia en 2010, cuenta sin palabras y encadenando pasajes con elipsis desiguales en tiempo y espacio, la vida cotidiana de una noble francesa desde que su marido se marcha (no se sabe donde) hasta que vuelve a casa. Esta vida cotidiana incluye, por supuesto, la sexual.

Lo que me ha parecido más interesante de Comtesse es como es capaz de entender como funciona el erotismo (o un erotismo), más allá del acercamiento a lo pornográfico, a través de los saltos entre escenas en las que aparentemente no interviene el sexo y otras en las que sí lo hace explícitamente. Las elipsis desiguales le dan a la obra un ritmo roto de lectura muy acertado que precisamente consigue que no sepamos nunca que va a suceder a continuación, jugando muy inteligentemente con la anticipación y la ruptura brusca. A estos mecanismos, hay que añadirle el elegante y refinadísimo dibujo de Picault, que se prodiga en escenas completas tanto como en destacar solamente algunos cuerpos o partes de los mismos. Por dar alguna referencia similar, puede recordar al Pornográfica de Nacho Casanova, que tiene también esa exploración de lo erótico en lo cotidiano pero desde un planteamiento totalmente distinto.

En 2019, quizás conmemorando el número 20 de la colección que ella inauguró, Picault volvió a BDCul con otro tebeo sobre sexo que se parecía al anterior como un huevo a una castaña. Déesse es una  versión del Génesis que, con un trazo más grueso y algo menos refinado que en la anterior y con cierto tono de sátira, busca contar lo que hubiera pasado si sus protagonistas al ser lanzados a la creación hubieran vivido un despertar sexual similar al de cualquier persona «normal y corriente» experimentando las pulsiones consecuentes y desarrollando vicios y complejos, con el hándicap de estar viviendo todo esto desde una tabula rasa sin referencias. Más allá de eso, Déesse es una crónica de como las sociedades matriarcales se transformaron en patriarcales, dando como resultado una obra irreverente y contundente que sirve para poner boca abajo discursos patriarcales de poder y su imaginería mítica, así como cuestionar roles de género.

Volviendo al hilo inicial, la buena noticia es que Garbuix Books, una nueva editorial que en su primer año ya nos ha dejado un puñado de obras interesantes, ha inicado un verkami para publicar en España esta última. Cruzado su meridiano, el estado del crowdfunding está a muy poco de completarse, por lo que podríamos estar de enhorabuena y ver pronto a Picault de nuevo en España. Esperemos que así sea.

Apsara Engine (de Bishakh Som)

– ¿Qué son estas cuentas? Están tan pulidas que puedo ver cada detalle de mi reflejo.

– Es la red de Indra. Veréis, Indra es el dios celestial hindú. Y su red es esta malla de cuentas brillantes… Y en cada cuenta todas las otras se reflejan, junto con los reflejos que están en ellas, así, eternamente. Así, cada parte refleja el todo completa y perfectamente. Es la red de Indra… o la realidad, como la llaman en vuestro mundo. Si rompes uno de esos hologramas, cada pieza aún tiene reflejado el todo. O es como la Cábala… El árbol de la vida, claro. Es un mapa del universo. También es un mapa de lo que hay dentro de nosotros.

Promethea – Alan Moore y J.H. Williams III

A la hora de empezar a escribir sobre esta obra, aun no publicada en España y probablemente poco leída aun aquí, me cuesta decidir por donde empezar a hablar de ella: si por sus temas, su estructura, o por sus recursos formales. Por separado, todos estos aspectos tienen cuestiones muy interesantes dignas de estudio, pero también se da que en conjunto dotan a la obra de una complejidad que la distingue de otros cómics. Así que para ir calentando motores y en tanto que la autora de momento es bastante desconocida en nuestro país, voy a explicar por como descubrí la obra y las primeras impresiones que me dejó antes de decidirme a leerla.

Apsara Engine llega a mis manos gracias a la librería Fatbottom, desconociendo completamente a la autora, Bishakh Som, y a la editorial, The Feminist Press. Desde el estante en el que reposaba, me atrajo el concepto de la portada: un escenario de ciencia-ficción con toda una serie de personajes femeninos con rasgos y estética hindú. Ojeando el interior del libro, se atisbaba un dibujo de línea clara, con cierto aire de dibujo técnico, acuarelas de tono sepia (con algunas páginas a color). Destacaba un gusto por composiciones en apariencia ordenadas con una cierta sobriedad general. Los ecos referenciales que me vinieron a la mente al observar esto fueron los cómics de Seth y Adrian Tomine. Igual que en estos, se empleaban muchas escenas de diálogo entre personajes con disquisiciones que parecían íntimas, cuando no trascendentes. También se veía en el libro un cierto baile de estilos narrativos que variaban en función del relato, lo que me hacía pensar más todavía en Tomine y su Intrusos. Sin embargo, en algunas páginas destacaba un salto al escenario de la ciencia-ficción y a cierto folklore o mitología hindú, rompiendo con las escenas más convencionales o costumbristas. También me llamó la atención poderosamente algunos juegos de composiciones de página y algunas viñetas donde los personajes parecían «mal encuadrados». Con esta sensación de estar ante algo familiar y al mismo tiempo ante algo extraño decidí hacerme con el libro y embarcarme en el viaje absorbente que ha sido su lectura.

Un poco de bio de la autora: Bishakh Som (1968) nació en Etiopía, de padres indios que se trasladaron a Nueva York en los setenta. Estudió diseño en la Universidad de Harvard y trabajó en varias firmas de arquitectura. Pero posteriormente dejó ese camino para dedicarse de lleno a las artes gráficas y en especial al cómic. De su pasado vinculado al diseño y a la arquitectura queda la obra The Prefab Bathroom: An Architectural Bathroom, junto con Deborah Schneiderman, publicada en 2014, en la que ya destaca su habilidad para el diseño de espacios de uso doméstico. Curiosamente, en Apsara Engine solo aparece un cuarto de baño, precisamente, en la primera historia del libro. Esto podría ser una casualidad pero tras leer la obra completa da la sensación de que Som no da puntada sin hilo. Podemos adelantar que sus historias gozan de una planificación muy estudiada donde lo disruptivo está emplazado con mucha enjundia. Bien podría ser un guiño autobiográfico.

Som ha publicado cómics en The New Yorker, Buzzfeed o en antologías como We’re still here: An All-Trans Comic Anthology. En 2020 se publicaron sus dos primeros cómics. Spellbound: a graphic memoir, un cómic autobiográfico, es el más reciente, publicado en Agosto. Apsara Engine se publicó en Abril, una antología de cómics (alguno ya publicado con anterioridad en otros medios) que tratan cuestiones de identidad de género y orientación sexual, cultura queer y trans con cierta poesía visual y, como ya adelantábamos, algo de ciencia-ficción o fantaciencia. Un detalle que he leído en algunas reseñas y que no me parece baladí apuntar es que la autora se reveló como mujer trans en algún momento intermedio en la creación de estas historias. Precisamente algunas de estas podrían reflejar o inspirarse en experiencias personales e incluso podrían haber varias representaciones de si misma en el presente y en el pasado.

Las apsaras son unas criaturas celestiales del hinduismo, ninfas acuáticas al servicio del semidios Indra, que empleaba para seducían a sabios y reyes. En el cómic las «apsaras» de Som podrían referirse a toda el elenco de mujeres con diversas identidades de género y orientaciones sexuales que protagonizan cada historia. Som empodera así a colectivos discriminados a través de esta figura mitológica asociada a elementos fluidos. La otra parte del título, «engine» («motor») crea un contraste poderoso y, según la autora, es el término alusivo a la ciencia-ficción. El motor puede referirse perfectamente a como las historias y sus elementos internos hacen que la obra, la antología, funcione toda ella como un conjunto narrativo único que es mucho más que la suma de las partes.

CUESTIONES DE ESTRUCTURA

La gran mayoría de antologías de relatos en cómic suelen funcionar como recopilatorio que a lo sumo coinciden en un género o una temática. Al margen de eso pueden procurar cierta atención al diseño conceptual, organización y presentación visual de la antología. En ocasiones excepcionales algún autor o autora decide una ordenación específica de esos relatos para lograr un efecto concreto (estoy pensando en Ana Galvañ, por ejemplo), algo que Som practica aquí y que podremos observar durante el proceso de lectura aunque no de forma inmediata.

Al empezar a saltar de relato en relato y acumular páginas de lectura, el lector empezará a detectar detalles. Por un lado, se percibe la mencionada intencionalidad en la ordenación de las historias, componiendo una suerte de viaje a través de los temas de la antología. Algo que tiene mucho que ver con la cultura trans y el proceso de puente hacia algo diferente. Un salto de un presente con el que no se está conforme o con el que el individuo no se identifica y que lleva hacia la proyección de un futuro deseado. Así, empezando por la primera historia, nos encontramos con que Som «arranca el motor» con «Come back to me» que habla de un despertar personal, sigue con «Throat» que trata del desarrollo de una voz de quien no la tenía y que ahora le permite expresarse con su extrañado entorno, continúa con «Meena & Aparna» que es un golpe en la mesa para romper con una situación presente… Y así siempre hacia adelante, en un proceso que encadena conciencia, manifiesto y proyección. No quiero ahondar mucho en cada relato para darle al lector la oportunidad de descubrir por si mismo este proceso que plantea la autora. Pero parece patente está idea de evolución, de proceso y avance planteado a través del orden de lectura de los relatos.

Throat (en Apsara Engine)

Lo segundo que notará el lector (pero quizás no advertirá hasta más adelante) son las sutiles coincidencias temáticas y visuales que encadenan los relatos entre si. Primero lo detectaremos a través de coincidencias consecutivas pero luego veremos que hay enlaces y comunicaciones con cualquiera de los otros ocho relatos de la antología, consiguiendo una interrelación muy sutil entre todos ellos. Por ejemplo, «Come back to me» y «Throat» comparten la presencia de personajes híbridos entre animal y humano que inquietan e incluso aterrorizan a otros personajes. «Throat» y «Meena & Aparna» comparten que algunas escenas donde dialogan los personajes es en concurridos bares. Y así, en adelante.

Todavía más allá, el lector podrá advertir similitudes en los personajes. Algo que nos podría recordar, por ejemplo al «star system» de Osamu Tezuka. Pero el juego de Som parece ser otro al practicar algunas alteraciones entre ellos, incluso en algunos de los nombres de las protagonistas: Sara, Mara, Maya, Meena, Leela, Laila… En una de las historias, con un fondo de manifiesto empoderante y posibilista hacia el futuro deseado, se hace presente la idea de un multiverso posibilitado gracias la imaginación. Sembrada esa idea, el lector puede jugar a ver los relatos en Apsara Engine (hacia atrás y hacia adelante) como pertenecientes a este multiverso del que se nos habla, haciéndolo «real». Dotando así, de mayor cohesión a la antología. Y de paso, cortocircuitándole el cerebro al lector. Al respecto de dicho recurso no puedo evitar pensar, en este caso, en el Vidas paralelas de Olivier Schrauwen, que recogía historias de autoficción en un trasfondo de ciencia-ficción, en las que todos los protagonistas eran trasuntos del autor. Sin embargo, Schrauwen no apostaba por dotar a la antología de esta sensación interconectada de multiverso y/o de proceso (tampoco creo que fuera el objeto del libro). Creo que lo más interesante y novedoso de lo que hace Som al practicar esta idea del multiverso es que al final la metanarrativa que está construyendo se aleja del reduccionismo típico de los «grandes relatos» para pasar a convertirse en algo realmente rico, complejo y abierto, si bien también crítpico. Todo el mundo puede ser consciente de los límites impuestos. Todo el mundo puede reconocer sus deseos profundos. Todo el mundo puede decir basta. Todo el mundo puede imaginar el futuro. Y también puede que todo eso no suceda y el individuo se quede atrapado en su situación presente.

Así, toda esta secuencia de relatos, toda esta puesta en marcha, lleva hacia un punto álgido, una mirada hacia el futuro, que es posibilista y «hacia arriba». Ese punto álgido, sin embargo, no lo encontramos al final del libro (compuesto de ocho historietas) sino en la sexta, «Swandive», y la séptima, «Love song» en las que se proyecta positivamente hacia el futuro o se alcanza otra dimensión en espacios no delimitados por viñetas.

La extrañeza para el lector será toparse con la octava historia, «I can see it in you» que nos devuelve al costumbrismo a ras de suelo con una historia perturbadora. Con ella la autora establece un mecanismo cíclico a base de emplear, de nuevo, resonancias con detalles, nombres y sucesos, que conectarían la historia final con la primera. Una suerte de trampa para el lector, un laberinto circular, un no-final. Som, disruptiva (lo será durante todo el libro), parece indicarnos que el final (o quizás mejor habría que hablar de «salida») de esta metahistoria, no está en el final físico del libro, que nos atrapa a un bucle. Y por eso, la única salida posible parecería estar en esos penúltimos relatos, que nos sacan del laberinto llevándonos «hacia arriba». Si no miramos al futuro estamos condenados a seguir viviendo en los límites del presente.

TEMAS

Empezaba este texto mencionando a Tomine y a Seth como autores referenciales al echarle un vistazo superficial a las historias de Som. Podríamos también añadir a Chris Ware, al que, por cierto, la autora reconoce como influencia y como desarrollador moderno del lenguaje de los cómics. A pesar de que los temas específicos tratados por estos autores y los tratados por Som en esta obra son diferentes, hay un tema que creo que es común en todos y es el de las relaciones entre pasado, presente y futuro. Muchos de estos autores miran al pasado con cierta nostalgia, como un paraíso perdido, muy difícil de repetir en el futuro. Sus presentes parecen estar atrapados por la experiencia de esos tiempos añorados, lo que, al final determina el imaginario del futuro deseado o acaso lo anula directamente. En Som, la perspectiva es diferente y de aquí la cierta «revolución» que suponen sus historias. Como ya hemos apuntado, ella explica paso a paso ya sea desde el diálogo de sus personajes o a través de las historias más alegóricas, cual es el proceso para abrir la ventana al futuro deseado que, en el caso de la autora, supone la construcción utópica de las comunidades trans y queer y que se expresa a través de la idea de un mapeado, de un diseño del espacio. Hay consciencia del pasado, sí. Se verbaliza la sensación del desarraigo hacia las comunidades de procedencia. Hacia atrás hay tragedia, pérdida y desarraigo. Y se reconoce la existencia del peso de unas sociedades patriarcales y heteronormativas. Pero finalmente se ofrece una puerta abierta, otras salidas. No cae en una trampa pesimista. La mirada es hacia adelante, hacia lo que vendría después.

Apsara Engine (en Apsara Engine)

Por contraste, me hace pensar mucho en La Hermandad de Historietistas del Gran Norte. En este cómic Seth se inventaba un pasado ficticio en el que existían numerosos dibujantes y cómics maravillosos en Canada con cualidades borgianas similares a las que exhibe Som. Pero Seth, al final, termina por descubrir la mentira y lamentarse con tristeza «vaya, esto solo era una ficción». Al revés, Som toma el poder de las ficciones para mirar hacia el futuro de forma positiva y constructiva. «Esto puede existir». No lo hace de forma exclusiva, ni exhortativa: los futuros son múltiples posibilidades que todo el mundo puede dibujar (aunque en las historias ella pone ese «poder» especialmente en manos de la gente queer y trans). Y tampoco lo plantea de forma ingenua, porque con frecuencia se expresa la idea de que alcanzar un estadio superior, mejor, va ligado a un  sacrificio (metafóricamente representado por la pérdida de alguna parte del cuerpo). En resumen, en Apsara Engine, la tesis sociológica de fondo es tan estructuralista (las instituciones forman al individuo) como individualista (los individuos forman las instituciones).

Es interesante, por cierto, como en Apsara Engine, se transmite un contraste entre los presentes, dibujados con la monotonía de espacios uniformes y técnicos, «enmarcadores», con esos futuros construidos imaginariamente para las comunidades queer y trans en los que las líneas son curvas y fluidas, todo se conecta de forma más orgánica y es patente la presencia de elementos de inspiración acuática (volvemos a las ninfas). Todo es abierto, todo es mutable. Las líneas conectan, no separan.

Otra cuestión a considerar es como en la antología (en otra de esas sucesiones transitivas que se apilan como capas) se va pasando del relato individual al relato colectivo, de ida y vuelta, dándole amplitud a la perspectiva de la obra. A medida que avanzamos en las historias, pasamos del relato de la intimidad solitaria del individuo a la puesta en común. Ahí se resuelven entre el desafecto o la comprensión (en los que media o interfiere el deseo) para llegar finalmente al paradigma común… y para luego volver al conflicto y a la soledad. Es otro ejercicio de establecimiento de ciclos. Pero en Som, la salida al futuro parece pasar por la conciencia del colectivo. Y por la defensa de «lo trans» como una solución.

EL ARTE DE LA DISRUPCIÓN

El tercer aspecto que hay que comentar de esta obra, y que se relaciona tanto con la estructura como con los temas de la obra reside en la cuestión de la forma por su vocación disruptora. He leído en algunas reseñas que Som «no rompe las reglas, sino que las ignora». No sé hasta qué punto esto es así. Leyendo el libro y atendiendo a su narrativa visual me da la impresión de que es una autora que conoce exactamente las reglas. Esto es, las reglas dominantes, la norma. De nuevo, por establecer una comparación-contraste donde Ware (autor que parece una referencia evidente en Som) exploraba las posibilidades infinitas de los cómics y el medio visual para enriquecer el lenguaje, creo que Som se beneficia del establecimiento de ese lenguaje para esquivarlo o romperlo en beneficio de lo que quiere contar. Y al mismo tiempo creo que puede considerarse como una forma de exploración. De nuevo, las disrupciones empiezan de forma gradual. El primer relato «Come back to me» empieza con un relato visual de la cotidianeidad de la protagonista con una voz en off de sus pensamientos íntimos. Lo que parece un solo relato con dos voces al unísono se irán distanciando hasta que «algo» se rompa.

Come back to me (en Apsara Engine)

Otros recursos que empleará Som afectan a las composiciones de las viñetas, con encuadres poco comunes, primeros planos descentrados que colocan a los personajes parcialmente fuera de ellas. Parecen usarse para aportar una sensación de extrañeza, de misterio, de algo que no podemos atisbar. Quizás también de la presencia de algo sobrenatural. En cualquier caso, al tratar cuestiones de individuos queer y trans es inevitable pensar, de nuevo, en cierta búsqueda de ruptura de la normatividad, de los cánones impuestos socialmente. Los personajes de la autora con frecuencia notaremos que escaparán a los encuadres convencionales. También juegan a la extrañeza ciertas escenas en las que se despoja del color a los personajes, en un uso que repite con bastante frecuencia y que le permite romper ritmos.  Como si algo interior en cada uno de ellos estuviera operando en ese momento: un momento introspectivo, un temor, una revelación, una pausa para una meditación. Algo súbito sucede, algo secreto. No sabemos exactamente el qué, pero algo ha sucedido. Otra expresión de algo que nos es difícil capturar.

Además de los dos episodios cuyas voces en off no se corresponden (al menos no literalmente) con lo narrado en imágenes (los dos episodios más oníricos), la acumulación de recursos más voluntariamente disruptivos la hallamos en el último relato, en el que la sensación de extrañeza y de que algo no va bien se consigue a través de repetidas ruptura de ritmo en la conversación con un personaje así como del empleo de confusas secuencias. La autora opta por el uso de secuencias desaconsejadas por todos los libros de «como hacer cómic bien» en los que el lector no sabe por donde seguir el orden de lectura. Al romper «las leyes de la narrativa», la autora consigue expresar una sensación de sobrenaturalidad tan ingeniosa como medida que es mucho más efectiva que todas las tramas, líneas de expresión y demás modismos habituales vistos en cómics de terror, ciencia-ficción y misterio hechos hasta la fecha. Es esta una pieza muy valiente, en mi opinión, que consigue exactamente el efecto deseado.

UNA OBRA PARA MIRAR AL FUTURO

A este punto quiero cerrar comentando lo mucho que he disfrutado con la lectura de toda la obra, por si el lector no lo hubiera notado. Tengo muchas ganas de que llegue a más lectores y lectoras y en especial a compañeros y compañeras de la divulgación y la crítica. Ver cuales son sus reflexiones y críticas acerca de la obra porque seguro que van a ver más aspectos interesantes y que las van a saber explicar mejor que yo.

Y un aspecto más: me parece importante remarcar el valor de una antología como esta para abrir debates sobre el futuro, tanto dentro como fuera de las comunidades LGTB. Cada relato es una pieza de la que podría hacerse un club de lectura y a partir de la cual exponer experiencias y compartir visiones. En resumen, Apsara Engine creo que será un libro muy comentado en lo formal, pero lo será también en lo temático. En ambos aspectos, como ya hemos visto Som mira hacia adelante.

La Mazmorra – Las profundidades (de Joann Sfar, Lewis Trondheim, Killofer y Walter)

#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

Reseñoviembre – Día 6– Palabra: PULPO

Obra: La Mazmorra Monstruos – Las profundidades

Autor: Joann Sfar, Lewis Trondheim, Patrice Killofer, Walter

Editorial: Norma Editorial

Dieciséis álbumes llevaba ya el macroproyecto de Joann Sfar y Lewis Trondheim cuando en 2004 sacaron este álbum dentro de la colección Monstruos, dedicada a historias paralelas a la gran metatrama protagonizada por Jacinto, Herbert, Marvin y Marvin el Rojo. No podía decir yo que cuando llegué a este álbum, los autores me habían sorprendido por primera vez. Los álbumes de La Mazmorra precisamente se caracterizaron, desde un principio, por su carácter fresco, espontaneo, subversivo con el género que estaban tratando, hasta el punto de, en algunos casos, hacerlo mejor que las historietas que han buscado ser más canónicas del género. El álbum que nos ocupa, titulado Las profundidades se situaba en la línea temporal de Zénit, situada en el futuro de La Mazmorra y que se caracterizaba por su tono y trasfondo de fantasía crepuscular. En realidad, lo que no me esperaba yo aquí es leer uno de los álbumes de género bélico más bestias que haya leído yo nunca.

Las profundidades sitúa la acción en los reinos marinos. En el mundo de La Mazmorra, los personajes son animales o criaturas antropomórficas, por lo cual es razonable que hayan criaturas marinas que vivan en países con sus ciudades bajo el mar. La historia se sitúa en un contexto de guerra entre reinos con el bando del Kan tratando de conquistar con su imperio todo lo que se ponga bajo su mira. Y arranca con el asalto de una escuadra de este imperio a la casa de un país enemigo. Los soldados matan a toda la familia, pero la hija, Sarela, consigue suplantar a uno de los soldados sin que el resto de la escuadra se dé cuenta. A partir de ahí empieza un viaje tenso pero también dinámico a través del mundo de la guerra y sus horrores en muchos y distintos aspectos. No solo desde la contienda, sino también desde la cotidianeidad de la vida de la tropa, de las rivalidades entre mandos, de las estrategias de los políticos, las torturas a los prisioneros y más, todo ello manteniendo el punto de vista de la protagonista. Un horror tras otro que dibuja un thriller en el que el lector quedará alucinado tras ver la transición entre la primera página del álbum (la protagonista hablando con una amiga en su cuarto como cualquier adolescente de hoy en día) hasta la página final de la que, obviamente, no voy a decir nada.

Destaca, pues, un guión inteligentísimo, en la línea de los álbumes de esta serie con esta característica de ser como una bola de nieve que no deja de rodar pero que visto con calma y de lejos se revela como un álbum muy bien estructurado, que tiene sus metas volantes muy bien situadas. Sin embargo, el ritmo de la acción y lo bien desarrollada que está la intriga de como la protagonista va a sobrevivir a todo lo que está pasando hace invisibles los andamios de la historia.

También es muy interesante como Sfar y Trondheim incluyen la metatrama de la línea Zénit en la historia sin que pise la historia principal. De hecho, en Las Profundidades está muy bien trabajado como los personajes principales de esta línea son aquí realmente secundarios, sin que pierdan entidad, para que luego te des cuenta de que Las profundidades está trabajando con personajes que en otros álbumes son secundarios o extras. Las víctimas y los soldados anónimos.

El apartado gráfico está en manos de Patrice Killofer con apoyo de Walter al color. Killofer, miembro fundador de L’Association ha tenido una escasa publicación de sus obras en España (de hecho, este el único trabajo suyo que he podido encontrar publicado aquí) pero es un autor sumamente versátil y expresivo, al que le encanta llenar la página de formas, movimientos y transiciones. Es el dibujante perfecto para ilustrar esta desenfrenada historia empleando, además, un estilo de dibujo cercano a los de los fundadores de la idea, una caricatura antropomórfica que no adelanta el salvajismo de lo que vamos a ver tal y como empecemos a leer.

99 ejercicios de estilo (de Matt Madden)

#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

Reseñoviembre – Día 5– Palabra: CURIOSIDAD

Obra: 99 ejercicios de estilo

Autor: Matt Madden

Editorial: Sins Entido

Una de los recursos más interesantes que se ha producido en el cómic moderno -sí, soy consciente de que esta categorización es amplia como una galaxia- es la utilización de dos o más estilos de dibujo para una misma historia. Es un recurso que casi se podría decir que ha dejado atrás su fase experimental y se ha transportado con éxito a todo tipo de cómic. Por ejemplo, Criminal de Ed Brubaker y Sean Phillips alternaba su estilo habitual, realista y sombrío con uno de caricatura inocente y divertida reminiscente de los tebeos de Archie para aludir a cierta nostalgia de tiempos pretéritos pero satirizándolos un poco al mismo tiempo.  Los cómics de Masacre están repleto de imitaciones del estilo de dibujo de épocas y autores de toda la historia del Universo Marvel.

Matt Madden es un autor americano, también profesor en la Escuela de Artes Visuales en la Universidad de Yale cuya curiosidad le ha llevado a observar, estudiar y visibilizar los diferentes estilos gráficos existentes, habidos y por haber. Desde 2009, con su mujer, Jessica Abel, publica The Best American Comics, un anuario de lo mejor del cómic americano, siempre con un autor o autora como editor invitado.

Una expresión de ese interés la desarrolló en la antología de relatos 99 ejercicios de estilo, publicado en España por Sins Entido  en 2013. Bueno, digo antología, pero miento. En realidad, el libro tiene una sola historieta pero repetida 99 veces con diferentes estilos o planteamientos gráficos. El guión es sencillo. Un personaje (el propio autor) está trabajando delante del ordenador, se levanta, cruza la casa hasta llegar a la cocina. Allí, una voz del piso superior le pregunta la hora. El personaje contesta, recibe un «¡Gracias!» por respuesta. Abre la nevera. Se queda mirando el interior de la misma. Y finalmente se pregunta qué había venido a buscar a la misma. A partir de ahí y tras presentar una plantilla modelo «neutra», Madden empieza a ejecutar variaciones de estilo. En realidad, Madden no cambia el estilo de dibujo siempre. De hecho, empieza cambiando el punto de vista de la historia o incluso el modo de la narración. Otras incluyendo elementos nuevos como onomatopeyas para los sonidos o símbolos expresivos propios de la lengua del cómic. Poco a poco se va tirando a la variación de los estilos gráficos con una predilección al repaso de los estilos más célebres de la historia del cómic en todas sus etapas (en especial a la americana). Muchos de estos casos suelen abundar en el homenaje a autores. Así, circularán variantes de la historieta dibujada con los estilos de Winsor McKay, George Herriman y Robert Crumb entre otros. Y también empezarán a abundar las gamberradas, los juegos, los desafíos. «¿Puedo contar esta historia sin protagonista? ¿Puedo contarla desde un punto de vista fijo? ¿Puedo contarla como un mapa?».

Aunque 99 ejercicios de estilo cae en algunos prejuicios (el «estilo manga» es una acumulación de muchos de ellos, por ejemplo), creo es sano tomárselo por un lado como un trabajo de expresión de ingenio y como un ejercicio de diversión y humor. También por aquello de demostrar de forma fehaciente aquello que muchos decimos que en cómic forma es fondo, que el cómo contamos la historia, al final, define la historia.

Enter The Kann (de Victor Puchalski)

#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

Reseñoviembre – Día 2 – Palabra: LABIO

Obra: Enter The Kann

Autor: Victor Puchalski

Editorial: Autsaider Comics

Enter The Kann es un cómic publicado hace ya cuatro años que está reapareciendo en nuestras redes actualmente por dos motivos. Uno de ellos es la edición especial digital que el autor, Victor Puchalski ha puesto en circulación por un módico precio y que contiene algunos extras interesantes. El otro es el anuncio de que ya está en marcha una segunda parte de dicha obra.

Una cosa y la otra me han recordado esa espinita clavada que tengo con este tebeo desde hace tiempo, esa reseña que siempre quise escribir y que no salía. En realidad, lo que quería escribir más que una reseña es un conjunto de ideas o conexiones de ideas -interpretaciones- que me quedaron tras leer el cómic. Ideas que han ido creciendo según le leí alguna cosilla más y de seguir su discurso personal en redes sobre el arte, la vida, lo que le mola y demás. Por eso voy a colocar aquí un aviso para navegantes. Primero, que esto es un texto un poco desahogo de esas ideas un poco intensitas de forma bastante informal cuya relación con la realidad puede ser nula. Segundo, que seguramente este texto sea mejor leerlo después de leer el tebeo, dado que lleva algún spoiler que otro (de hecho, voy a empezar por el final) y creo que el lector se hará mejor con las ideas que quiero expresar con una lectura previa.

Así que para los que ya han leído el tebeo, el personaje no necesita presentación: un señor musculado de piel de un agresivo tono rosáceo que daña el ojo, ojos demoníacos, unos labios que esconden una ristra de dientes digna de un tiburón, una trenza kilométrica y un rabo idem. Todo en Kann está diseñado para ser icónico, para quedarse grabado en la mente del lector. Para perdurar. Y el autor es honesto con el objetivo desde esa portada lenticular que quiere partirle la cara al lector ya antes de que abra el libro.

El desarrollo argumental de fondo es sencillo y empleado a paladas en la literatura de acción fantástica: la historia del monomito o viaje del héroe. Kann se embarca en una odisea que le llevará a enfrentarse a múltiples peligros, atravesar dimensiones esotéricas, encontrarse con aliados, encontrarse con más y más duros enemigos, etc… Las variantes y el orden de las fases no importan, el monomito es identificable perfectamente. ¿Qué tiene de especial el viaje de Kann respecto de otras obras que emplean el monimito? Bueno, pues que Kann no es un héroe y de eso ya se ha preocupado el autor de dejárnoslo claro (de nuevo, la honestidad por delante) en las primeras páginas de la obra. Así que la vuelta de tuerca que nos encontramos es la intrusión del villano, del antagonista, del Mal en una odisea que siempre ha estado escrita para que la recorriera el héroe con el objetivo de transformarlo para que cumpliera su destino. Y aquí tenemos un elemento de subversión interesantísimo.

Tradicionalmente, los héroes son personajes redondos que tienen que formarse, aprender y sacrificarse para llegar a su estadio final. En contraposición, los villanos suelen ser personajes planos, con un destino ya hecho, con una cantidad de poder acumulado y que son una fase más en el camino del héroe. Al colocar a Kann en el recorrido del héroe y al estar ya éste su forma definitiva, pues pasa lo que tiene que pasar: Kann atraviesa todito el recorrido como una apisonadora, sin padecer transformaciones (al menos de forma permanente), ni alterarse su esencia en ninguna de las fases visitadas. El Kann del final es el Kann del principio. Muy ilustrativo es el final de la obra en el que el protagonista se encuentra con un extraño guerrero, con rasgos de envejecimiento, cicatrices de diversas batallas. Está sentado en posición de loto frenta a lo que bien podría ser el último enemigo y rodeado por un aura de poder que parece indicar que ha alcanzado algún nivel superior de poder o de existencia. Podría aventurarse fácilmente que dicho personaje es el héroe prototípico del monomito en la fase final de su periplo. Y fíjate que allí llega Kann y descubre su rostro ante la versión final del Héroe. Está igual que al principio. Su mirada y su sonrisa es la misma. Kann ha llegado al final sin dejar de ser quien era. El Héroe llora.

Sin embargo, a esta capa más o menos visible construida a partir de jugar con las piezas comunes del relato habitual podríamos darle otra interpretación -acumulativa- a partir de la forma en la que Puchalski diseña toda la odisea alternando estilos visuales por capítulos. En ellos nos encontramos una variedad de formas muy llamativas que, creo, tienen en común el haberse establecido en la historia del arte como formas canónicas que frecuentemente han entrado con dificultades en los impolutos museos o galerías de arte pero sí han navegado bien por lo comercial, lo industrial, lo publicitario o sencillamente, lo popular. El shonen, el arte conceptual o abstracto, el trash. Incluso los diseños de los moñecos con los que jugábamos de críos, que están estandarizados y que permiten cambiarles las piezas unos con otros. Hay pues, un empleo de diversos cánones muy distintos entre ellos. Y esto me hace pensar en el nombre del personaje. «Kann» a priori por los rasgos de guerrero del protagonista nos hace pensar en el conquistador mongol, pero resulta que fonéticamente «Kann» suena muy similar a la palabra «canon».

Quien lea Enter The Kann va a encontrarse con sumas dificultades para identificar en toda esa baraja de estilos «el estilo de Puchalski». Yo la verdad es que aun no sé cual es el estilo de Puchalski. Siguiéndole en sus redes sé más o menos cuales son sus gustos y a qué autores adora. Leyendo el cómic tampoco es difícil identificarlos, creo. Me hace pensar que hay un reniego de toda la cuestión, el mito de generar un estilo propio. Como si fuera una especie de tiranía impuesta, un pago para poder hacer un arte único. Leyendo a Puchalski me da la impresión que le interesa poco y nada todo eso. Su interés parece estar más por desmontar todo aquello que se ha vuelto canónico o referencia, que se ha vuelto objeto de copia, de repetición o de comercialización. Como si fuera un reloj. A ver como funciona esto. Ahora a ver si lo puedo volver a montar yo. A ver si puedo hacerlo para contar esta historia que quiero hacer y para la que creo que esta forma en concreto es cojonuda. Quien no es esclavo de un estilo único, puede tenerlos todos.

Con estas consideraciones, el recorrido de Kann y en especial, el encuentro al final de la obra se puede interpretar de otra forma, como una suerte de oda a esos cánones imperecederos. The Kann, «el canon», atraviesa el tiempo sin verse alterado, eterno, frente al mito del artista que busca forjarse un destino propio, tan único y especial que acabará siendo perecedero y olvidable. A menos que se transmita, que se copie, que se reproduzca, que se convierta en canon. Ese «mal» necesario.

Crónicas de la Era Glacial (de Jirô Taniguchi)

#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

Reseñoviembre – Día 1 – Palabra: HIELO      

Obra: Crónicas de la era glacial

Autor: Jiro Taniguchi

Editorial: Planeta Cómic

Me gusta la ciencia-ficción (o la fantaciencia, para el caso) por muchos motivos pero creo que uno de los que más me gustan es porque es una especie de patio de juegos enorme al que todo el mundo está invitado independientemente de donde venga e incluso de sus conocimientos científicos. Uno puede, según su formación, atraverse a contar el futuro cercano desde un punto de vista sociopolítico, visualizar como serán los medios de transporte dentro de dos siglos, aventurarse en como serán las relaciones personales a través de nuevas formas de identidad individual o colectiva, o fliparse con un culebrón de fantasía intergaláctica. Pero también porque posibilita la entrada de que cualquiera venga con sus propias formaciones o fetiches, a priori fuera del género (o inéditos en él) y se ponga a fantasear sobre lo mismo. Aquí juega todo el mundo y la ciencia-ficción es el sitio donde uno puede imaginar con los juguetes que se trae de casa.

Esto es un poco lo que hizo Jirô Taniguchi cuando se enzarzó a dibujar Crónicas de la Era Glacial. Sí, el autor de obras muy enraizadas en el intimismo, el costumbrismo, el apelo a la memoria o el drama familiar, se subió también a los lomos de este género y creó esta obra en dos volúmenes que aglutinaba muchos de sus intereses. La historia situaba a la humanidad sobreviviendo en un futuro abocado a una nueva era glacial. Aunque parezca extraño conociendo las obras más celebradas y populares del autor, aquí Taniguchi dibujo propiamente un blockbuster de ciencia-ficción, con cuarto y mitad de los elementos y lugares comunes del género. Escenarios en condiciones extremas como una base de extracción de carbón en una profunda fosa, peligros asociados al cambio de la climatología, tecnología industrial futurista y mitos sobre seres venidos de otros mundos hace ya mucho tiempo. A cierto punto se hace difícil leer este manga y que a uno no le vengan ecos de Alien, Mad Max, Atmósfera Cero o incluso Prometheus. Todos los componentes están ahí servidos.

Si todo eso funciona es porque Taniguchi no funciona como un acumulador de referencias. Tampoco me lo imagino como un fan de la ciencia-ficción tratando de engarzar todo lo que le ha gustado como lector en sus obras. En Crónicas de la Era Glacial hay una sincera voluntad de contar una historia y por eso, todos esos elementos que nos son familiares funcionan bien porque Taniguchi trabaja primero a partir de la historia que está contando.

Y, como decía al principio, añade sus propios elementos. La obra, en su primer volumen tiene una extensa escena de escalada a través de la fosa en la que se inicia la acción, que recuerda el amor del autor por el alpinismo. También es una obra consciente de los ecosistemas y toda la parte de mitología alienígena remite al equilibrio y el amor por la naturaleza. Taniguchi se inventa una raza venida del espacio exterior que tendría mucho que ver con las formas de vida y la espiritualidad de las tribus indígenas, con el respeto hacia la naturaleza y hacia todos los seres vivos.

Visualmente, Taniguchi se prodiga en todos los aspectos. Lo encontramos explayándose dibujando entornos paisajisticos que destilan sentido de la maravilla pero especialmente lo vemos dibujando acción, enfrentamiento y tensión, como yo no le había leído mucho particularmente. Quizás a excepción de algunas obras como Sky Hawk o Setón que, por cierto, siendo muy diferentes comparten temas. En algunas escenas, repletas de personajes, en espacios cerrados, me ha recordado mucho a Katsuhiro Otomo, por cierto.

Así, para los amantes de la ciencia-ficción este manga puede ser un descubrimiento que sea de su agrado. Pero para los amantes del Taniguchi más reposado e intimista puede ser también un descubrimiento dar con otras facetas de este gran historietista.

Las 7 vidas del gato Fritz (de Robert Crumb)

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#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

 

Reseñoviembre – Día 30 – Palabra: GATO

 

 

Obra: Las 7 vidas del gato Fritz

Autor: Robert Crumb

Editorial: Ediciones La Cúpula

 

Pues hemos llegado al final de Reseñoviembre y la verdad es que me cuesta un poco creer haber sacado una reseña al día durante un mes, prácticamenente sin retrasos. Bueno, seguramente algunas mejores que otras, pero el espíritu creo que se ha mantenido hasta la última entrega. Ha sido emocionante volver a compartir iniciativa con el gran Ander Luque que, además de ser un afilado crítico y divulgador, ha llevado bastante la infraestructura y el megáfono de la cuenta de instagram con mucha inmediatez. Y le estoy agradecidísimo por ello. También a todos aquellos que se han sumado a reseñar desde sus cuentas, blogs, etc… durante todo o parte del mes. En algún momento hemos sido casi una veintena. También agradecimiento a los trolls que se han asomado por ahí e incluso a la gente que sin meterse en el fango de reseñar con la extensión propuesta en la iniciativa han querido asomar la cabeza y lanzar sus propuestas diarias. Un aplauso y un abrazo enorme a todos.

 

Por mi parte veo desde la distancia el mes y veo que me ha salido un Reseñoviembre bastante peculiar. Mucho cómic infantil y juvenil, que he disfrutado mucho leyendo, en parte por las charlas de prescripción de cómic para bibliotecarios en la Biblioteca Can Fabra de Barcelona. También han caído tres obras de Bartolomé Seguí, que he disfrutado mucho leyendo y releyendo; también tiene un motivo que haya aparecido tanto por aquí. Por otra parte, ha habido una cierta presencia de nostalgia noventera que también me ha parecido simpática. Para la entrada final tocan «gatos» y habrán como mil opciones en el mundo del cómic. Me he decantado por una que se fuera más al tebeo underground o el tebeo clásico, que creo que es lo que me ha faltado a lo largo del mes. Así que vamos con Fritz el gato de Robert Crumb, en ese recopilatorio que sacó La Cúpula llamado Las 7 vidas del gato Fritz.

 

Fritz es uno de los primeros personajes con nombre propio de Crumb, uno de los padres fundadores del underground. Sus historietas se inician a mediados de los sesenta y terminan algo después de mediados de los setenta. Es uno de los personajes más populares de Crumb, junto con el gurú Mr. Natural, en la etapa más temprana de su carrera justo antes de que Crumb inventara su personaje más popular: él mismo. El gato antropomórfico era un buen resumen de que lo que pretendía contar el underground con sus publicaciones. Esto es, todo aquello que la censura y las buenas costumbres repudiaban. Fritz era un personaje pendenciero, estafador, que vive de noche -de noche, todos los gatos son pardos- y que allá donde va… la acaba liando parda.

 

Con Fritz, Crumb empezó a tontear con sus fetiches sexuales y con algunos tabús que erizarían el pelo de los sectores más conservadores. Pero también tonteó con la política, haciendo que su personaje tuviera ramalazos de inspiración revolucionaria tanto como lo convirtió en un agente de la CIA que se enfrentaba a los planes de la malvada República Popular China (todo como sátira de las películas de agentes secretos). Quizás, donde más se lució el personaje y donde más atrajo la atención del público -además de los pasajes de sexo, que ocupaban viñeta sí, viñeta no- eran el retrato de la América más callejera, alternativa y/o olvidada. Los afroamericanos aparecían retratados como cuervos con los que Fritz se codeaba sin problemas. Fritz, el gato, llamó la atención de productores de animación y acabó teniendo película, escrita y dirigida por Ralph Bakshi en 1972. Fue la primera película de animación para adultos. Pero Crumb, que veía que su creación se le escurría de las manos, decidió matarlo en el 1978. Una de las chicas a las que usaba para follar como si fueran objetos de usar y tirar, se cansó de los malos tratos del felino y le apuñaló finiquitando su existencia.

 

Como toda obra que ya tiene medio siglo de edad, inevitablemente hay que leerla teniendo en cuenta el contexto de la época. Especialmente como una válvula de escape de toda una serie de historias de la contracultura, pero también de las filias y fobias de su propio autor. También como un vistazo a la narrativa y el estilo artístico de Crumb, que ya en aquellas primeras páginas prometía en muchos aspectos. No dudo que algunos lectores de la vieja guardia terminarían un texto sobre Crumb con el plañido rancio ya oído hasta la saciedad de «esto no se podría publicar a día de hoy» . Yo no lo voy a hacer por una simple razón obvia: La Cúpula lo sigue publicando y reeditando sin problemas.

Custer (de Carlos Trillo y Jordi Bernet)

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#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

 

Reseñoviembre – Día 29 – Palabra: ESPECTADOR

 

 

Obra: Custer

Autores: Carlos Trillo y Jordi Bernet

Editorial: Ediciones Glénat

 

En 2020 harán nueve años desde el fallecimiento de Carlos Trillo, célebre guionista de cómics argentino, que nos dejó demasiado pronto. Cuando el autor nos dejó yo apenas había empezado a escribir más o menos profesionalmente sobre cómics; esto es, en medios varios, más allá de foros y cuentas personales. Mis inicios fueron en la revista Jot Down -primero como página web- y recuerdo perfectamente lo que fue la llegada de la noticia y pensar que el gran Trillo se merecía un obituario en la revista. Sin embargo, la intención era que este artículo fuera un texto digno a la altura de su obra. Yo quizás le habría leído tres o cuatro obras y me propuse cumplir con la tarea de leer toda la obra suya que me fuera posible antes de ponerme con el texto. De la indagación y recopilación de obras resultó en el reconocimiento humilde de este que escribe estas líneas de que no estaba preparado para concretar y sintetizar la obra del autor argentino. Tras dos meses de lecturas de obras que desconocía entendí que necesitaba más vagaje y sobre todo tiempo para digerir, entender y, más importante, disfrutar el legado que el autor nos dejaba.

 

Porque Carlos Trillo tocó muchísimos palos. Del viaje por sus cómics me dejó la impresión de haber sido una suerte de Kubrick de la viñeta que se aventuró sin miedo en todos los géneros posibles, con ideas propias y arriesgadas. Haciendo suyo el mainstream, por un lado, o haciendo cómics más experimentales (siempre en su época). Llegando al gran público con sus tiras de prensa más populares o al público de gustos más literarios o cinematográficos menos populares; Trillo era un gran amante del cine. Superheroes, drama, humor, noir, ciencia-ficción, aventuras, costumbrismo… todo. Trillo se nos fue pronto, pero parece que hubiera metido mano a todo tipo de historia y trabajó con algunos de los más grandes de su tiempo como los Breccia (padre e hijo), Horacio Altuna o Jordi Bernet. Con este último firmó numerosas páginas. Las más populares, las de Clara de noche, historietas de humor sobre una prostituta, que se publicaron en El Jueves de forma ininterrumpida durante muchísimos años. Pero antes de Clara, Trillo y Bernet rompieron moldes con una historieta que se adelantó quince años a un fenómeno televisivo que ha acabado dominando a masas… para mal. Y no será porque los autores no nos hubieran avisado.

 

La de Custer es la historia de un futuro de la humanidad en el que una mujer vende su vida privada. Las cámaras la siguen las 24 horas de su vida y ofrecen su vida al espectador. El trato es casi literalmente un pacto con el diablo. Custer ve su vida económicamente resuelta pero al ser un personaje célebre con su vida retransmitida a tiempo real, todas sus relaciones con otras personas son una falacia o tienen algún interés por aprovechar los minutos ante la audiencia. Trillo conjuraba así una nueva distopía como las muchas que se habían conjurado en la ciencia-ficción para adultos de aquellos años. Una en la que, de nuevo, la vida humana no valía nada y las promesas del futuro se habían convertido en estafas y mentiras a favor de los poderes dominantes y el capital.

 

La idea de Trillo fue profética, adelantándose quince años a los reality shows, la telebasura y programas como Gran Hermano o películas como El Show de Truman. Para Bernet diseñó un escenario perfecto de ciencia-ficción callejera pero también con elementos del noir y las historias de detectives, vistiendo a la protagonista con gabardina y fedora, escenografía que el dibujante catalán dominaba a las mil maravillas y que estéticamente podía recordar al Alphaville de Godard.

 

Custer, a día de hoy, es una historia que todavía tiene muchísima relevancia. El episodio final es tan potente o más que el final de Brazil de Terry Gilliam, otra gran distopía. Y pasada ya casi las dos décadas desde su última edición a cargo de la desaparecida Glénat, una reedición podría ser una idea interesante.

 

Empowered (de Adam Warren)

EMPOWRED

 

 

 

#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

 

Reseñoviembre – Día 27 – Palabra: BRUJA

 

 

Obra: Empowered

Autor: Adam Warren

Editorial: Dark Horse

 

A pesar de la gran cantidad de autores y autoras que se han estado publicando en los últimos años en España (casi se han cuadruplicado las novedades anuales en quince años) nos siguen quedando obras que pese al éxito en su país de origen, no nos llegan. En algunos casos, no estamos hablando de autores vanguardistas u obras de culto en el extranjero de las que hay duda de si funcionarían aquí, sino de autores bastante cercanos al mainstream, con propuestas interesantes. Uno de ellos es Adam Warren, autor americano que destacó en los noventa dentro del «manga americano». Sus primeros trabajos fueron en Studio Proteus, junto a Toren Smith. Dirty Pair usaba a los personajes del anime de Haruka Takachiho -dos agentes secretas espaciales en bikini que causaban caos y destrucción allá por donde pasaban- después de que Warren y Smith le convencieran con ideas y diseños propios. Dirty Pair terminó siendo una entretenidísima serie de miniseries de ciencia-ficción con muchísimo acción y humor, que además son un retrato de la evolución del dibujo de Warren, dibujante extremadamente perfeccionista y detallista con aspectos como las anatomías, los diseños y las expresiones de los personajes. En España, de Dirty Pair apenas vimos una miniserie publicada en Norma, «Situación crítica». Quizás no tenía mucho sentido publicarla sin haber hecho lo propio con las precedentes.

 

Tras varios trabajos en Image, Warren inició una serie propia, Empowered. Al parecer la obra partió de un encargo un poco… especial. En 2004 a Warren se le pidió toda una serie de trabajos de ilustración de una superheroina que se veía con frecuencia en situaciones de verse atada, amordazada y similares. Un fetichismo del bondage, vaya. Sin embargo, a partir de ese encargo, el autor se inspiró para crear un personaje con un fondo propio y un entorno de amistades y enemigos que fue convirtiendose en un pequeño universo de superheroes de autoría independiente tan interesante o más que otras de las grandes franquicias, en mi opinión. La protagonista del cómic era Melissa Powers, nombre código Emp. Melissa encontró un traje que le otorgaba superpoderes varios, un traje misterioso, muy ceñido a la piel que, sin embargo, tenía la vulnerabilidad de que se desgarraba con facilidad y al hacerlo el traje iba perdiendo poder, dejando a la heroina vulnerable para ser capturada por sus rivales.

 

La serie se inició como una serie de historias cortas, pero pronto evolucionó a serie de tomos, cada una con arcos definidos y un par de metatramas de fondo que nos tenían a los lectores muy en vilo con la continuidad de las historias. Las primeras historias de Emp colocaba a la heroina en sus primeras andanzas, casi siempre desafortunadas con villanos de poca monta. Sin embargo, las historias se solian saldar con bastante humor pese a la tragedia. Aunque saliera perdiendo, la heroina era más que digna, cuando no lo eran ni villanos ni sus colegas superheroes más célebres. En estos inicios la serie parecía dirigirse hacia una especie de «Ally McBeal con superpoderes» (esto es un piropo, ojo) pero la llegada rápida de varios secundarios empezó a dinamizar y complejizar la cabecera. Thugboy era un matoncillo japonés, que se metía en embolados varios hasta que se enrolló con Emp en un noviazgo muy intenso y sexual, dando a la serie puntos de romantic comedy con constantes escenas de sexo, que resultaban divertidas, sexys a la vez que equilibradas en la sexualización tanto de ella como de él. También apareció Ninjette, a priori villana, pero luego gran amiga de Emp, con la que se empezó a tontear con un cierto triángulo romántico entre los tres. Con la aparición de estos y otros personajes también se iban alternando las aventuras y escareos superheroicos. Uno de las compañeras y más interesantes rivales de Emp, Sistah Spooky, era una suerte de bruja con poderes oscuros, con la que frecuentemente se enfrentaba.

 

Con once volúmenes ya (y un par de volumenes especiales hechos con colegas) Empowered se ha convertido en una serie, como mínimo, de culto. Con unos personajes que los lectores hemos visto crecer y desarrollarse en muchos aspectos, resolviendo conflictos íntimos y ajenos. Warren ha escrito escenas repletas de diálogos en un sofá que prácticamente son antologías. Tanto como algunas de las escenas de acción más dinámicas así como bizarras del género. Porque si hablamos de sus conceptos de diseño de superheroe, nos metemos en otro mundo muy loco. Mucho antes de los diseños exagerados de series como One Punch Man o My Hero Academy, Warren ya ofrecía esa visión del superhéroe americano exacerbada vista desde fuera, quizás un poco ridícula y con cierto ánimo satirizante, pero que hacía que funcionara en las historias (la del Hombre Ladrillo es algo maravilloso).

 

¿Por qué nadie se ha planteado publicarla aquí? Uno de los motivos podría ser similar al de Dirty Pair, sus primeros trabajos tenían otro estilo, no despuntaban tanto y eran más diferentes de las miniseries más modernas. En el caso del primer volumen de Empowered, se nota el arranque con historias cortas sin más voluntad que elaborar unos cuantos gags, al menos en la primera mitad del primer volumen. Quizás también el estilo de Warren para estos libros, un estilo de dibujo a lápiz que se mantiene hasta el acabado final de la página y que no se diluye con el entintado, dejando un cierto efecto de «factura inacabada» pero que en realidad, dista de serlo. Como producto editorial también es complicado. El tamaño no es ni de volumen de manga, ni de tomo americano. ¿La publicaría aquí  una editorial de manga o una de americano? Ni idea. Lo que sí sé es que Empowered es una magnífica serie de superheroes que en mi opinión se merece tanta atención o más, como otras series. Si Invencible funcionó ¿Por qué no Empowered?

Carvalho. La soledad del manager (de Hernán Migoya y Bartolomé Seguí)

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#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.”

 

Reseñoviembre – Día 26 – Palabra: ARPA

 

 

Obra: Carvalho: La soledad del manager

Autores: Hernán Migoya y Bartolomé Seguí (basándose en la obra de Manuel Vázquez-Montalbán)

Editorial: Norma Editorial

 

Mientras leía el segundo volumen de la serie de adaptaciones de las novelas de Pepe Carvalho, escritas por Manuel Vázquez-Montalbán, me vino una suerte de paralelismo con otra obra con algunas coordenadas no exactamente iguales, pero sí similares. El caso es el de los cómics de Corto Maltés de Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero. Es distinto porque en el de Carvalho hablamos de una adaptación de una obra ya existente en otro medio, el literario mientras que en el caso de los nuevos cómics de Corto Maltés estamos hablando de obra nueva, si bien de un personaje precedente. De lo que quiero hablar precisamente es de la similitud en la carga de un legado que se transmite a otros autores. ¿Qué se debe hacer con eso? ¿Como soportamos el peso del original? ¿Cuanto puede poner uno de su parte sin que se pierda la esencia del original? ¿Qué es la esencia del original? ¿Tienen valor esas historias o esos personajes de años atrás en el contexto actual? Y tanto en Carvalho de Hernán Migoya y Bartolomé Seguí como en el Corto Maltés de Canales y Pellejero la respuesta es que ambas duplas han respondido al desafío con sendos trabajos en los que se transmite el carácter y los ecos de lo precedente y al mismo tiempo los rasgos autorales propios y la vigencia en el día de hoy se mantienen.  Esa no es una tarea precisamente sencilla. Y los segundos álbumes de la serie, Equatoria en el caso de Corto y La soledad del manager en el caso de Carvalho, asientan este hecho, como si los primeros hubieran sido los intentos bastante resolutivos de echarle las riendas a sendos caballos salvajes y los segundos ya una cabalgada en ruta muy firme.

 

Centrándonos en el caso de Carvalho, diría que la doma ya iba muy bien encarrilada desde el primer volumen y parte del hecho de la selección de un tándem ideal para la translación de estas novelas detectivescas ambientadas en la España de la Transición al medio de las viñetas. Debo exponer de antemano, por honestidad, que no he leído las novelas de Carvalho, por lo que ciertas afirmaciones que escribiré a continuación, en buena medida, son conjeturas. Pero sí que conozco el carácter de los autores que firman la serie y por lo tanto extrapolo que sus fortalezas se han sumado a las de la obra original, permitiendo resaltar tanto la esencia de esta como la de sus adaptadores. Quizás esa es la clave que hace que las adaptaciones o las continuaciones de ciertos legados funcionen: que el autor encuentra que hay de esas obras o del carácter de esos personajes en si mismos.

 

En el caso del guionista, Hernán Migoya, hay un par de rasgos claros: la ausencia de miedo y el carácter. Migoya toma una obra con un personaje con maneras de otros tiempos y no tiene miedo a reflejarlo en sus escritos tal cual es. Si su trabajo es el de seleccionar lo esencial del personaje -además de la trama en la que se enzarza en cada libro- para que se refleje en las páginas, todo lo que ha entrado contribuye a la perfección al mosaico. Cada pieza de monólogo interior, cada ademán físico, cada plato degustado, cada relación sexual, cada puñetazo dado es seleccionado con mimo. En la primera parte del libro, por ejemplo, Carvalho se entrevista con diferentes personajes intentando obtener información del caso. Son escenas prácticamente procedimentales. Pero en todas ellas Carvalho lanza un apunte mental para definir a su interlocutor y con eso podemos advertir su percepción viva y su carácter juicioso -si bien por dentro-. También Carvalho se mide con los investigados. Cada charla no solo es un retrato del interlocutor, sino del propio Carvalho, y eso lleva la acción más allá del mero procedimiento para resolver el caso. Desconozco, como decía, si todo eso está tal cual en el libro (deduzco que sí) pero al decidir trasladarlo al cómic, Migoya mantiene esa autodefinición constante del personaje e imprime su carácter por todo el álbum. Que es como creo que funciona correctamente una novela de detectives.

 

Y si en el Carvalho del cómic vemos las fortalezas del guionista, en el retrato de una época , de un lugar y de una sociedad vemos las fortalezas del dibujante. Seguí llena las páginas con un momento histórico que parece más pertinente que nunca conocer, en una ciudad donde la agitación social es más que patente. Ilustra unos despachos donde los trapicheos corruptos mandan y el fascio sigue bastante vivo y con funciones nuevas. El recorrido que hacía Vazquez-Montalbán por la sociedad española de aquellos años tiene ahora las caras y los colores que Seguí les ha dado. Y recorre todos los estratos. Desde el más rico al más pobre. Desde el autoritario hasta el rebelde. Aquí Migoya habrá disfrutado mostrándolos a todos con sus contradicciones y sus hipocresias, como seguramente también habría hecho Vazquez-Montalbán.

 

No tengo miedo a precipitarme y creo que puede decirse ya, aunque, como decía, ya teníamos buenas pistas en el primer álbum. La adaptación de las novelas de Carvalho son más que una mera adaptación. Es un trabajo concienzudo y preciso, con tanta fuerza como inteligencia que permite acercar un gran clásico de nuestra literatura a más lectores.